Hoy toca visitar Capri.
—Me ha dicho Charito, la de la pastelería que ella estuvo el año pasado y que es una preciosidad. Aguas turquesa, tiendas exclusivas, yates, famosos por doquier… —dice Carmen.
Charito es miembro numerario de la alta sociedad de Peralillos y está al corriente de lo que acaece en otras altas sociedades. Le gusta hablar de los famosos como si fueran familia. Es extrovertida, proclive a la ostentación; lo que no se gasta en pulseras, collares y pendientes se lo gasta en viajes. También es habitual del mercadillo semanal porque una cosa no quita la otra.
Se los pone —los viajes no, la joyería— hasta para ir a por el pan, y con el tintineo es fácil anticipar su llegada dos manzanas. Y los cuenta que no veas —los abalorios no, los viajes— que si Paris, tal, que si Londres, cual, que si Praga, que si Egipto, que si las islas griegas, que si los fiordos noruegos… con todo lujo de detalles. Si, lujo es la palabra. El viaje es y debe ser lujo. A Charito no te la vas a encontrar en una tienda de campaña, ni en un albergue del Camino, ni en una ruta en bicicleta. Dame crucero que quiero moriiiiir, dame cruceroooo. Esos son sus favoritos, ahí no hay margen de error: tiendas, comida a tutiplén y acuático oropel.
En el muelle Beverello del puerto nos hemos dado cuenta de que varios miles de personas habían tenido la misma idea original de coger el ferri de las 10,40 a Capri. 30 minutos de cola para comprar el billete y 30 minutos de cola para subir a bordo.
Parece que hay un congreso de cirujanos plásticos estos días en Capri porque en la cola nos hemos encontrado algunos casos prácticos. Justo detrás de Montse hay una chica con un vestido azul a la que hemos apodado la “flotadores”. Taconazos, gafas de sol tipo casco astronauta, y unas domingas que estarán llenas de silicona pero aparentan duras como el mármol. Algún día la RAE me agradecerá el esfuerzo por mantener vivas joyas del habla popular, como “domingas”. A su lado en comandita va una amiga «la sonrisas», capaz de mantener el rictus de me da asquito todo, me dais asquito todos durante los 30 minutos que dura la cola. Lo mismo son influencers, o le han pinchado el botox esta mañana y le han recomendado que durante unas horas evite en lo posible ser feliz.
A pesar de que es mucho más fácil que se hunda un barco a que se estrelle un avión, las instrucciones de seguridad de los barcos son bastante escasas, por no decir nulas. En un avión siempre se ponen los azafatos en el pasillo con su coreografía mientras suena por la megafonía Dale a tu cuerpo alegría Macarena, que tu cuerpo es pa… fijate la próxima vez ya verás como el baile es muy parecido. “En el caso de que el avión se estrelle en el mar, no inflen el chaleco dentro de la nave, esperen a estar fuera. El chaleco lleva un silbato. Soplen con todas sus fuerzas que los helicópteros de salvamento hacen mucho ruido”. En la historia de la aviación comercial ¿Cuántos pasajeros de un avión ha salvado el chaleco salvavidas? Uno o ninguno. En cambio casi todos los que se ahogan en el mar es porque no-lo-lle-va-ban. Localizo uno, le pongo mi nombre y no me muevo de su vera el resto del viaje, a mí no me pilla el hundimiento desprevenido.
La bahía de Nápoles es una balsa y el viaje en ferri dura una hora de plácida navegación, otra vez que no me va a hacer falta el chaleco. No me parece muy meritorio que los fenicios y los etruscos se paseasen por estas aguas con sus barchuchos de mierda, esto se puede atravesar hasta subido en un patito de goma.
Atracamos.
El puerto de Capri me recuerda a algo, pero no me sale el nombre. Ah, ya caigo, la puerta de Primark el día que empiezan las rebajas. Al pasaje entero de nuestro navío se unen los de otros 3 y todos caminan hacia en la misma dirección, el funicular. También aquí hay que hacer dos colas. la de los tickets y la de funicular. Coincidimos en el mismo vagón con la flotadores, y su amiga la sonrisas, pero ahora nos damos cuenta de que en un transporte terrestre el apodo no funciona. Por unanimidad se lo cambiamos a “la airbags”, la sonrisas se queda con el suyo. Carmen tiene su momento de inspiración al ver la barra de sujetarse y se marca un pole dance tarareando You Can Leave Your Hat On que habría estremecido a las neumáticas si se hubieran dignado mirarla. Nosotros y Kim Basinger, en espíritu, aplaudimos con profusión.
El que haya tanta gente facilita mucho lo de encontrar a los famosos por una simple razón estadística, yo por ejemplo he visto una señora muy, muy parecida a Claudia Schiffer, y otro clavadito al rey Carlos de Inglaterra de joven, no son los auténticos pero nos vamos acercando. El paso previo a encontrarte un famoso es encontrarte a alguien que se parece a un famoso. El magreo con ellos, con ambos, ha sido inevitable al salir del vagón, porque la gente no tiene educación y empujaban al salir y entrar del tren cremallera. Dice Carmen que no pueden ser ellos porque esos dos jamás usarían este medio de transporte masificado. Pues, hombre, si yo soy Carlos de Inglaterra y quiero pasar desapercibido ¿no será mejor que me ponga una camisa Hawaiana, una gorra del Napoles a que vaya con el traje de tweed y 5 guardaespaldas? Ah, y un poco de cinta de doble cara para las orejas.
—Camila, cariño, me apetece ir a Capri, pero de incógnito.
—Pues vete en Ferri, ponte una camisa hawaiana y la gorra del Napoles. —dice Camila. Luego se queda pensativa un instante y apunta.
—No cariño, no te hace falta, pasa del atuendo: con la cinta de doble cara lo tienes solucionado.
El funicular llega a la plaza de Capri, Capri. Capri, lo que viene siendo Capri, lo de abajo era el puerto de Capri. Y las vistas son sensacionale desde aquí: los turistas como hormiguitas, los yates fondeados, Herculano, Sorrento, el omnipresente Vesubio… Hacemos la cola para hacernos la foto y dos puestos delante de nosotros el sucedáneo del príncipe Carlos se hace un selfi. Detrás de mí, oigo a una señora que comenta en español:
—Arturo, ¿no te recuerda ese a Carlos de Inglaterra?
—Un poco sí, pero no es él, las orejas del de verdad están más despegadas.
—Tienes razón.
Capri debe ser un sitio maravilloso si se dan alguna de las siguientes circunstancias:
- Tienes yate y no tienes que pasear por aquí. Lo ves desde lejos.
- Tienes mansión y no tienes que pasear por aquí. Lo ves desde lejos.
- Tienes un millón de dólares que gastar y puedes entrar en las tiendas del grupo LVMH que proliferan en la calle principal. Ves a la gente desde la tienda.
- Puedes viajar en el tiempo 50 años atrás y venir al Capri que no era accesible a mortales como nosotros y estos otros tropecientos mil. Y no tienes que mezclarte con la chusma, nosotros, ni de lejos.
Mi experiencia en el mundo de las reformas me ha permitido a lo largo del tiempo adquirir mucho conocimiento. Neurociencia, psicología, filosofía, hermeneútica… tengo recorrido en esas y en otras, y me considero a mí mismo en el límite entre “hombre del Renacimiento” y “cuñado perfecto”. Tiro de mi bagaje intelectual y expongo a mis compañeras la teoría de la Minimización de Pérdidas: “siempre es preferible perder 2 horas que perder 7 horas”. En el caso de nuestra visita a Capri me parece un sólido argumento para salir corriendo y coger el siguiente ferri hacia Nápoles o hacia lo que sea. A mis compañeras, no.
—Que no ¿tú estás tonto? ¿Ahora que hemos llegado hasta aquí, nos vamos a volver? –dice Montse.
—Pues, s… —digo.
—Que te hemos dicho que no —dice Manoli.
La democracia me cae encima como una losa.
Pero mi comentario ha destapado el elefante en la habitación —que esta marabunta no hay quien la aguante— y eso ha provocado una fisura en la cohesión el grupo, una grieta tan fina como el canalillo de “la airbags”. Y se forman dos partidos. El partido partidario de seguir una de las rutas campestres por la isla que vienen en un mapita que nos ha dado una joven al bajarnos del barco. El pardido partidario del tuntún, caminar simplemente evitando la muchedumbre. En el primero se afilian Montse y Manoli. En el segundo nos quedamos los demás, Carmen, Susana y un servidor.
Mis conocimientos sobre el comportamiento humano y la toma de decisiones son casi tan amplios como los del tubo multicapa y el tornillo rosca chapa. Y mentalmente, para mis adentros, hago la siguiente apuesta conmigo mismo: ¿A que el camino del mapa les lleva a un mirador atestado de turistas? le asigno una probabilidad del 75%. Y también: ¿a que el camino al tuntún nos lleva a un bar? Le asigno un 100%.
En nuestro deambular desordenado me entrego a la muy entretenida labor de identificar algún famoso. Aparte de los mencionados Claudia y Carlos.
En menos de 20 minutos el partido del tuntún ya está sentado en una terraza: objetivo alcanzado.
—Es la hora de unos aperol spritz ¿estáis de acuerdo? —dice Susana.
Acatamos.
La compañía de Carmen es high-quality extra premium, podría escuchar durante horas sus historias. Por el relato y por cómo cuenta las cosas echándo siempre un pellizquito de guasa. Del aperol pasamos a la comida. La conversación al sol, esto si que es un verdadero lujo.
—Tengo la sensación de que me voy a ir con la espinita de la gruta azul. Me hacía ilusión verla —dice Carmen.
Pregunto al amigo Google y me contesta:
—La gruta azul es una gruta marina preciosa de aguas azul turquesa, probablemente el punto de mayor interés de todo Capri. Aparece en todos los recorridos, en todas las fotografías promocionales de Capri, seguramente es la fotografía más famosa de la isla. Se accede a ella en unas barcas al efecto, porque la entrada por la roca tiene muy poca altura. La visita dura 5 minutos porque es chiquita y recoleta, caben solo cuatro o cinco barcas, una auténtica preciosidad. El tiempo de espera para entrar, haciendo fila al sol es de cuatro horas.
Susana y yo le confirmamos a Carmen que por lo que a nosotros respecta su sensación es correcta: se va a ir con la espinita.
Desde Nápoles se ve Capri y desde Capri se ve Nápoles, en una reprocidad que no podemos considerar extraordinaria. Desde la terraza donde estamos, en las afueras, sentados disfrutando de la brisa, vemos el continente al fondo. La bahía que lleva ahí desde siempre y el imponente Vesubio. Un romano desde este mismo lugar, porque este bar ocupa el lugar de una antigua villa romana, hace casi 2000 años se asomaba a la terraza, a estirarse en el sol de otoño después de la siesta cuando escuchó un broummmm, y vio con nitidez el volcán explotar, romperse en 2, y rocíar de cenizas, lava y muerte su ladera sur.
—Ego in meretricem lac cacas. Quod nos solvimus.
Que en español sería: Me cago en la leche put*, de la que nos hemos librado.
Habíamos quedado en el puerto a las 17. Y allí llegamos el partido tuntún y el partido mapita, con británica puntualidad.
Nos dirigimos entonces a la playa y allí nos cobramos una de las más altas recompensas a las que un turista aspirar pueda. El estar en un destino reconocido internacionalmente y encontrar algo de lo que poder decir: “pues la de mi pueblo es mucho mejor”.
Convocamos a un notario caprichoso, con plaza en Capri, para que levante acta: La peor playa de Peralillos(*) le da mil vueltas a esta de Capri.
Michael Douglas nunca ha estado en Peralillos, pero si viniera, de seguro diría: demonios, esta playa le da mil vueltas a la de Capri.
Un turista consciente y profesional, metido en su papel, ha de disfrutar de las sorpresas positivas que ofrece el viaje, y también de las decepciones, ahí radica el talento turistil. Y una de las mejores formas de resolver esto último es ese “la de mi pueblo es mucho mejor”. Regresamos a Nápoles, nuestra base de operaciones, después de darnos un baño en una playa estrecha y pedregosa que habríamos despreciado en España y que, insisto, nos ha sabido a gloria.
En el ferri busco un sitio donde compensar los sinsabores con un exitazo gastronómico en la cena, algo auténtico y sofisticado. Escribo en Google mi frase talismán “sitios baratos para comer en Nápoles”, se hace la magia y aparece una página “Los 10 sitios donde llenarse la panza sin vaciar el bolsillo en Nápoles”. Descubro que de la lista ya hemos gastado dos, enhorabuena por el instinto, pandilla.
La Ostería Il Gobbetto se encuentra en el camino entre el puerto y nuestros aposentos por lo que es una solución perfecta, además los comentarios aseguran cantidad, calidad, buen trato y buen precio, algo que todos sabemos que es imposible pero a lo que jamás renunciaremos.
—¿Tienen reserva? —dice un señor con traje folcklorico de la Campania y zapatillas Nike.
—No —contestamos con cara de apiádate de nosotros y viendo que, detrás de él, el local está vacío. Son las siete de la tarde.
Genaro nos perdona la vida y nos encuentra una mesa en un comedor con techos de piedra, una especie de bodega. Las mesas puestas con sencillez y tradición, suponiendo que nosotros hubiésemos visto en nuestra vida una mesa tradicional de la Campania. La experiencia de Capri nos podría haber puesto en modo receloso, pero nosotros no somos así, por eso cuando nos dice que nos va a traer lo que le dé la gana le decimos que sí muy contentos.
—Psch, hay un celiaco. —digo yo.
—Non problema, io sonno anche celiaco —contesta campechano. Entre nosotros surge esa vibra como si fuéramos dos del mismo pueblo de Toledo que se encuentran en Katmandú.
En un santiamén nos ha llenado la mesa de entrantes de los que picoteamos con fruición y deleite. El comedor se va llenando y ahora, a los que no tienen reserva les echan atrás. Disfrutamos de una cena excelsa en variedad y cantidad, con el vino corriendo como de un grifo abierto. Al final postre y limoncello. 135€ los cinco., con la rima no incluída
—Genaro, hemos estado en Capri y no nos ha gustado ¿qué nos recomiendas? —pregunto a mi amico napolitano.
—Positano e Ischia. Positano e bellissimo. A Ischia solo Italiani —me contesta.
Mira a mis cuatro acompañantes y debe sentir que soy su ídolo, me guiña un ojo: un hombre ¡con cuatro mujeres! Y además una ha pagado la cuenta. Me da un abrazo como al novio en una boda. En tono confidencial, para que ellas no me oigan —Son guapas, sí, pero son madrugadoras —le digo. Entonces me da otro abrazo, este de pésame.
Salimos felices como niños del colegio y en la puerta Il Gobbetto nos hacemos fotos para recordarlo.
Cada día que pasa nos sabemos mejor el camino de vuelta por los laberintos nocturnos Napolitanos. Motos veloces llevando familias, cuestas, hornacinas con santos y difuntos, Maradonas, hombres sin camisa que saludan desde el balcón, señoras en mecedoras que recogen las piernas cuando pasa un coche, televisiones y sofás que se ven desde la calle, cazuelas cocinando el almuerzo de mañana, la calle como extensión de la sala de estar.
(*) Peralillos no tiene playa, la más cercana está a 50km.