Un viaje será más divertido cuanto más diferentes sean las personas que lo comparten. Segunda Ley de la Termodinámica Turística
Todos llevamos muy dentro, en el fondo del corazón, un niño pobre con berretes y el culo escocido. Y ese niño se manifiesta cuando te hacen un desprecio. A nosotros nos han hecho un desprecio, con lo de dejarnos tirados por un embajador —¿de qué país, eh?— y, aunque ya hayamos encontrado alojamiento sustitutivo en una residencia de estudiantes muy apañada que está donde Cristo perdió el mechero, decidimos sacarnos la espinita alquilando un barco por esa costa amalfitana con la ya nos habíamos hecho ilusiones. Y verla desde el mar, como les gusta hacerlo a los que tienen yate, como Amancio Ortega, Tita Cervera y Cristobal Colón, que también era un ansioso con eso de ver tierra.
Encontré ayer en internet un sitio que alquilaban barcos sin exigir carnet y nos lanzamos.
Madrugón para coger un cercanías en la Estación Central de Nápoles que nos lleve a Salerno. Yo no creo que ni Amancio Ortega, ni Tita Cervera se hayan acercado jamás al yate en cercanías, mucho menos Colón, hasta en eso somos originales.
Y de ahí al puerto, en taxi.
—Por favor, llévenos al puerto —le digo al taxista
—¿A qué puerto, hay 2 en Salerno? —me contesta con la misma indignación que si hubiera llamado guarra a su madre.
Le muestro en el mapa del teléfono el sitio y sólo consigo empeorar las cosas. Con una gestualidad excelsa expresa el desprecio que siente ante la influencia perniciosa que la tecnología está teniendo en nuestras vidas, sobre todo en el mundo del taxi. Coge mi teléfono y por un momento tengo la sensación de que va a arrojarlo debajo de las ruedas del coche de un compañero, pero una luz le ilumina y, eureka, ya sabe a qué puerto vamos. Con malas formas empuja la mochila de nuestros picnics y a nosotros mismos dentro del vehículo y se pone en marcha. Ahora se ha convertido en el segundo taxista más amable del mundo, después de Pascuale. Estoy tentado de sugerirle que tiene que hacer algo para aprender a manejar la incertidumbre de una forma que le cause menos estrés, pero mi italiano es muy limitado, desisto. Cuando llegamos, como ha visto al líder de la expedición bastante lelo, insiste en esperar para asegurarse de que estamos en el lugar correcto. Incluso antes de cobrar nos invita a merendar en su casa con la abuela. Así es Nápoles, primero te insultan y luego te abrazan con ojos empañados en lágrimas.
Por wassap pregunté si la embarcación disponía de cocinero y me dijeron que no, por eso llevamos una mochila con vino, cerveza y bocatas de mortadela, siciliana. El pan recién hecho lo hemos comprado en mondo suites panificadora.
Manoli es la única que tiene experiencia en navegación. No en vano nació en un puerto de mar, a escasa distancia del que eligió Colón, tiene barcos en la familia… vamos que su curriculum está a mucha distancia del de cualquiera de los demás que no hemos ido más allá de piragua. Pero Manoli me cede el puesto de mando porque dice que soy el único de los cinco que tiene gorra.
La oficina de alquiler de barcos es una mesa con una sombrilla al lado del pantalán, a los mandos una joven con los ojos azules de las sirenas que Ulises tanto temía ¿o era la forma de cantar? La joven pregunta que quién va a pilotar y doy un paso al frente.
Deja muy claro a toda la tripulación que soy el único que puede celebrar bodas a bordo, y que, en caso de colisionar con un iceberg, tengo que ser el último en abandonar el barco. Firmo un montón de contratos que, además de esas detalles, incluyen que si nos ahogamos es culpa sólo nuestra, y que si le hacemos un arañazo tenemos que pagar uno nuevo, lo normal. Me confisca el DNI y me presenta a su padre, a la sazón el dueño de la naviera. Es este quien nos ayuda a subir.
—¿Experienza? —pregunta.
—Piccollisima —digo, por no decir nula.
Con las maneras del taxista antes del acceso de amor fraterno me da un cursillo básico de manejo de embarcaciones de recreo que resumo de la siguiente forma.:
- El ancla nunca debe usarse como freno.
- Las restricciones por alcoholemia aplican también en el mar.
- No entres a ningún puerto, que te clavan.
- Sé dónde estás en cada momento por el GPS.
- Prohibido navegar a menos de 300m de la costa.
- Si refresca, échate una rebequita.
- Y lo más importante: ¿ves la aguja de la gasolina? Cada raya son 50 pavos.
Mientras yo salgo por la bocana a paso de Semana Santa, aferrado el timón con pulso tembloroso, mis acompañantes ya se han untado de crema y se han tumbado al sol en la cubierta como cuatro Cindy Crawfords.
—¡Dale candela, grumete, que el viento nos ondee las melenas!.
Si tienes la autoestima baja, recomiendo esto del barco. Navegando en paralelo a unos 300 metros de la costa a ratos me siento Aristóteles Onassis, a ratos Rainero, el de Mónaco, nunca menos de Rafa Nadal. En el radiocasete suenan las canciones de ABBA. Ay, Dios mío, si nos vieran ahora mismo en Peralillos.
Fondeamos en una cala de aguas azul turquesa o casi.
Nos damos un chapuzón saltando desde la borda como lo harían unos ricachones, y luego nos trasegamos las litronas y los bocatas de mortadela tal cual lo haría una cuadrilla de albañiles de un pueblo de Albacete. El puenting pero en versión socioeconómica, mis acompañantes y yo podemos pasar de homeless a princesa en cero coma.
Los paparazzi no están acosándonos o lo hacen con discreción.
Las playas de la Costa Amlfitana son tan birriosas como las otras que hemos visto por la zona, estrechas, cortas y pedregosas, en España no serían dignas ni de un botellón. No me extraña que los italianos se vengan a Benidorm que se puede pasear y lucir palmito. Pero teniendo barco la cosa cambia, no necesitas pisar la costa y arriesgarte a entrar en contacto con otros seres humanos, el Mediterráneo es tu propia piscina. El bañista más cercano nunca está a menos de 100 metros. Imbuido en estos pensamientos decido zambullirme a lo Velencoso pero por la falta de práctica me sale un Homer SImpson.
Desde los reglamentarios 300 metros y con mi agudeza visual de aguilucho es difícil saber qué pueblo es cuál. ¿Habremos llegado a Amalfi? ¿Será eso Positano? ¿Cómo lo harían los romanos sin Google Maps?
Las vistas desde el barquito son increíbles, la costa escarpada se alza a estribor. Luego, a la vuelta, lo hará a babor. Solo Montse se interesa por tomar los mandos y entonces soy yo el que se extasía en la cubierta delantera mecido por el Mediterráneo. Hasta que a la muy capulla le da por cambiar la música, quita ABBA y pone Los Chunguitos, de un plumazo se desintegra el ambiente premium y ahora es como estar tumbado en el capó de un Seat Ibiza tuneado en un polígono a las afueras de Alcorcón. La miro y está tan contenta la jodía.
Inciso. Ayer, en una fiesta, me comentó una lectora asidua de este diario que no daba mucha información de los personajes de este cuento, y menos aún dl narrador. Voy a hacer un inciso y remedar este descuido.
Empiezo por Manoli.
Manoli en realidad se llama María de las Mercedes Asunción Penélope Vanessa Manuela de todos Los Santos Dolores Isabel. Con ese nombre pensaréis que su padre lo mismo era aristócrata, notario o similar, pues no. Era fisioterapeuta especializado en lesiones de muñeca. Pretendía con un nombre tan largo ganar un paciente en la persona del secretario que escribió el nombre para el registro pero sólo consiguió hacerle cambiar de boli dos veces. Manoli es una chica sencilla que solo responde a Manoli, calza un 39 y tiene 41 años, o al revés, no me acuerdo. Y es profesora en el instituto de Peralillos, de Matemáticas. Ha tenido dos maridos. El primero, era un gran aficionado a la micología y con 8 dioptrías de miopía, el pobre no tuvo tiempo siquiera de acercarse al divorcio, se fue antes, por su propia incompetencia. El segundo, un tipo interesante pero proclive a la neurosis, tenía tendencia a ahogar sus penas comiendo berberechos en lata, con mucho limón. Parece ser que el berberecho acumula metales pesados en su aparato filtrador, y Mariano, que así se llamaba, también acumulaba metales pesados en su aparato filtrador, los que shuperreteaba del molusco. Cuando preguntas a Manoli siempre dice que las setas le arrebataron al primero y los berberechos al segundo. ¿Cuáles son las probabilidades de ser doble viuda a los 41 años (o 39)? Manoli sigue calculándolo.
Manoli es una mujer ordenada y minuciosa, de hábitos saludables, cumplidora, formal, responsable, sensata, amiga de sus amigos… Bueno, hasta que se cruza en su camino una botella de limoncello. En presencia del elixir amarillo se transforma, y la niña del exorcista es un monje budista a su lado. Yo la he visto bailar breakdance en la barandilla de un séptimo piso, no exagero. La he visto arrastrar a distancia, casi por telepatía a un vecino ocasional en Nápoles para que dejara a su familia (se duchara) y viniera a cortejarla. Incluso convencer a un italiano de visita en España de que nos prestara la casa de su madre para unas vacaciones. Al día siguiente no se acuerda de nada. Se toma un café y se va al instituto a enseñar derivadas a un puñado de garrulos con las hormonas soliviantadas. Es justo esa experiencia, la de lidiar con adolescentes irresponsables, la que resulta impagable a la hora de viajar con ella. Como el resto del grupo somos solo irresponsables. no adolescentes, a ella le resulta muy sencillo manejarnos, llevarnos por el buen camino, y resolver todas las encrucijadas que surgir puedan como si del problema «sale un tren de Barcelona y otro de Madrid a 50km/h ¿dónde se cruzan?» se tratara. Eso por no decir que es capaz de ponerse a hacer un striptease en la cola de la consigna despertando la sorpresa de nosotros sus compañeros y parte de los viajeros merodeantes. Y lo del limoncello.
Carmen tiene una papelería en Peralillos. Empezó con una librería pero Amazon despiadada fue vaciando los anaqueles de lo más selecto de la novedad editorial, que ella elegía con mimo, para llenarlos de tarjetones de cumpleaños, cuadernos de cuadros, libros de texto y mochilas. Para cualquier amante de la literatura, de las historias, para un cerebro ávido de estímulos intelectuales como el suyo, esa crisis podría haber resultado devastadora, no así para Carmen. Ella tiene el talento de disfrutar lo mismo de ocho que de ochenta. Acabada su carrera de Filología Semítica se desplazó de Cádiz a Peralillos. Bueno, sería más exacto decir que la desplazó el amor. Y allí fundó una libreria y una familia. El amor pronto perdió fuelle y a ella amores sin fuelle no le interesan. A ver, estamos hablando de una mujer apasionada, tonterías las justas, que cuando sueña que tiene un affair no es con Brad Pitt o Paul Newman,como tú, mentecata. Por Dios, pero si son los actores más manoseados en sueños. No, ella se lo monta con Nerón o, si Nerón está a otra cosa, con el Felipe González ¡¡sin quitarle la chaqueta de pana!! Le puso las maletas en las calle a su ex y se quedó con los hijos y los libros. Y luego solo con los libros, y ahora con los tarjetones. Carmen calza un 38 y tiene 43 años, y esto si que estoy seguro que no es al revés. Como compañera de viaje es una delicia por su capacidad de resiliencia y de disfrute. Lo último que quieres en un viaje son quejicas, ella es justo lo contrario, todo le parece bien, y la única condicíón que pone es parar de vez en cuando a tomar un Aperol Spritz en una terraza y ver algunas cosas desde el mar. Yo veo en esas dos manías una muestra inequívoca de sus romanticismos, de los vendavales literarios que viven en su interior… Carmen lleva dentro un Orson y varias Agathas Christies, que a los dos les gustaba los paisajes, y el drinking.
Montse, ay, Montse. Padre charnego que emigró dejando el campo sevillano para entrar en la textil. Madre de familia burguesa catalana, nacionalista y pujolista hasta la médula. Sus padres se conocieron a lo Ultimas Tardes con Teresa de Marsé, un flechazo, un calentón. La Montse, hija única, nació y se crió en Badalona y asistió al colegio del Sagrado Corazón de Todas las Marías Santísimas. Siempre había tenido sus rarezas, y a los 9 años, Montse se aficionó a cantar consignas. Sí, igual que a otras niñas les da por vestir muñecas, o a los chavales por coleccionar cromos empezó con “El pueblo, unido, jamás será vencido”. Mientras sus compañeras jugaban a la rayuela en el recreo ella se desfogaba puño en alto como una única manifestante por el patio “Nosotras parimos, nosotras decidimos”. Cada día llevaba una nueva, algunas de su cosecha como, “La madre superiora, no tiene lavadora” o “Al Cristo colgante, ponle desodorante”. No fue tanto por los mensajes concretos, algunos claramente surrealistas, normal, teniendo en cuenta la juventud de la autora; sino por la vehemencia y la insistencia, por la tenacidad, que estas consignas empezaron a contagiarse por igual entre el alumnado y el claustro. Y se oía a niñas y profesoras repetir las pegadizas frases por lo bajini, tal era el talento de Montse para la comunicación. A los 11 años, lejos de haberse impregnado del hondo sentido cristiano con que el colegio barnizaba las cándidas almas infantiles, Montse se hizo su propia teología, a base de cantar consignas, ampliando los horizontes del amor. Del cristiano, al sideral, de ahí al alienígena, siempre a golpe de pareado, todo amor. La cosa se puso fea cuando una profesora suya cambió el hábito por tres tangas y se fue a Formentera. Otra abrió un puesto de muffins, en español, bollos, enfrente del colegio con el lema “Abraza lo dulce” y “Estás divino”. La profesora de gimnasia, que tampoco se había podido resistir a los cantos de Montse, se camperizó una furgoneta de reparto de Bimbo y desde entonces recorre Europa con un canal de YouTube lamonjacamper.com. El colegio, vaticinando una hecatombe invitó a Montse a irse. Coincidió que su padre ya estaba hasta los mismísimos de las catalanidades, y la familia, esta vez sin la madre, volvió a su Sevilla natal y tal, que como todo el mundo sabe, tiene un color espacial. A Montse lo de “espacial” le casaba muy bien con lo de “alienígena”. En la “capital hispalense”, sinónimo de “Sevilla” que usan los locutores cuando quieren alargar la frase, la joven Montse encontró un público que jaleaba con palmas sus cantinelas, las celebraba, y la animaba a alargarlas. Decubrió las sevillanas que son grupos de tres consignas pero que no aluden a la justicia social ni al feminismo sino a carros, caminos, bueyes, polvo, marisma y vírgenes. A Montse lo que le gustaba era cantar cosas cortas, y el jaleo: las sevillanas parecían perfectas. Ya no volvió al rollo manifestante, ahora tenía el flamenquito. Subida en la burra del cantar, Montse había cambiado la revolución por el rebujito. A grito pelado curso estudios de podología y luego se puso a trabajar en la energía solar. ¿Qué tienen que ver las uñas de los pinreles con las células fotovoltaicas? sólo Dios lo sabe. Y como el sol de Andalucía le parecía poco, se fue al desierto californiano. Unos meses le bastaron para que los gringos empezaran a decir, pisha y miarma y dar palmas como si no hubiera un mañana. Pero Montse se cansó de un país lleno , llenito de guiris, y se volvió a España, concretamente a Peralillos. Donde ejerce de profesora de literatura en el instituto público. Sí, es compañera de Manoli. Pero lo suyo sigue siendo cantar, cantar y comprarse ropa en Desigual, que esto sí es muy de profesora de literatura.
Si Manoli es de resolver, y Carmen es de disfrutar, entonces Montse es de celebrar.
Llega el turno de Susana y como somos compañeros en la empresa de reformas, es probable que no cuente con la distancia adecuada para describirla con objetividad tal y como he hecho con las otras 3. Estoy pensando en cuál es el talento principal de Susana… Sin ninguna duda el de ver los vasos siempre medio llenos independientemente de la cantidad que contengan. Este optimismo ciego puede llevarte a saltar de un puente sin haberte atado el arnés, a coger una bici sin revisar los frenos, pero también puede llevarte a comprar unos billetes para Nápoles a la primera de cambio y dejar que el azar haga su magia. Por eso Susana es la mejor compañera de negocios posible porque ¿quién dijo miedo? Hemos tenido juntos un kiosko de pipas, un concesionario de ordeñadoras, una tienda de paraguas y un almacén de regalos para bodas. Tazas, muñequitos, jabones de regalo y esas chuminadas. Todos los negocios fracasaron, pero oye, desde el primer día hasta el último, con una ilusión… Ahora tenemos la empresa de reformas: yo pongo pladur, alicatado vinílico, domotizo lo que haya que domotizar, tarima flotante y tarima hundiente, la que quiera el cliente. Susana les convence de que las chapuzas que yo hago no son tales sino tecnologías futuristas que ellos no están preparados para comprender y, por ahora, cruzo los dedos, los números nos van sonriendo. La placa de cartón yeso, que es el futuro.
—Pero habla de ti.
Sí, ya, vale.
Antes de conocer a Susana yo tenía una ferretería. La verdad es que la ferretería como negocio es muy estable, deja unos márgenes generosos y el único problema es que tienes que tener mucho stock. El universo parece que tiene una confabulación para inventar cada año cientos de nuevos tornillos, alcayatas diferentes y tablas de planchar. No se acaba nunca de comprar y colocar versiones nuevas de cosas muy antiguas que siguen funcionando igual. Una vez que le coges el truco a la cosa del stock, el negocio va solo. Y en mi caso me dejó tiempo para lo mío, que es el karaoke. El karaoke es mi pasión y mi vida. Pero en la intimidad, jamás en público. Era bajar la persiana de la ferretería y, mientras caminaba hacia mi piso, ya me iba emocionando, hoy Nino Bravo, mañana Otis Reading, al otro Pétula Clark, para llegar siempre a Karina. He dicho que mi vida es el karaoke pero no es verdad, mi vida es Karina. Yo me visto como Karina, me peino como Karina, bailo como Karina y hasta me siento en el inodoro como, yo supongo, lo haría Karina. Un detalle, mis karaokes no son de esos que suena la música y tú cantas encima, no, son mucho mejores, suena la canción completa, con la voz y todo. Técnicamente es más sencillo, te ahorras el micrófono, nunca desafinas, y sobre todo, te puedes concentrar en transmigrar tu alma y convertirla en la del artista que estás imitando, para ser uno con él, la misma cosa en lo esencial. Transmigrarme el alma al de Karina era mi motivo de vivir. Hasta que apareció Susana con sus negocios. Pero todavía algún sábado, después de las reformas, me da la ventolera y me arranco con las flechas del amor, sin cantarla, solo moviendo la boca.
Sí, Manoli es de resolver, Carmen es de disfrutar, Montse de celebrar y Susana es de lanzarse y lanzar a los demás. Yo soy de Karina. Con un equipo así ¿qué puede fallar?
Vuelvo al litoral amalfitano.
La sucesión de pueblos recoletos encajado entre el mar y la montaña acaba en Positano. Debe ser Positano porque después no se divisan más casas y porque hay yates de lujo fondeados para dar y tomar. Nos acercamos a uno de tres palos con la bandera de Panamá, están comiendo y lo mismo les da por tirar langostas que les sobran.
Tres horas para ir y 2 para volver, y a las 5 en punto: ahí tienes tu barco, majete, muchas gracias. Me devuelven el DNI a cambio de 90€ de combustible. Si en nuestra barquita de 5 metros fueraborda el paseo sale a 90€ de gasofa ¿cuántas garrafas costará saltar de cala en cala dos semanas en Mallorca? Manoli, tiene la respuesta, cualquiera de esos se deja diariamente el equivalente a 3 bolsos de Louis Vuitton sólo en diesel.
Paseamos por Salerno, que está limpio y civilizado, nada que ver con Nápoles. Encontramos una iglesia con unos bichos desagradables en la puerta (ver foto)
Aperol Spritz. (ver foto)
El camarero nos cuenta que ha vivido en España muchos años, Barcelona, Valencia, San Sebastián… que había sido empresario de hostelería de mucho éxito.
—Entonces ¿este bar es tuyo? —le preguntamos.
—No, aquí estoy de camarero.
Nos quedamos pensando que, en ese caso, a su narración épica le faltaba al menos un capítulo pero no decimos nada porque somos conocedores de la Tercera Ley de la Termodinámica Turística: “Dado un entorno turístico concreto, tanto en el grupo de los viajeros como en el de los locales, cualquier chucho le puede decir a otro chucho, yo allá era dóberman”. El billete y la estancia no son baratos, pero inventarte que eres otra persona es gratis.
¿No es esto por lo que viajamos?
Para poder representar otro papel por el método simple de cambiar de escenario.
Tren hacia Nápoles.
Vuelta a Mondo Suites, sweet home.
Deliciosos quesos y embutidos regionales con un muy local vino nos hacen entender mejor a los romanos, concretamente la expresión latina Carpe Diem.
Después de las chacinas y el vino podíamos haber entrado en la fase de exaltación de la amistad ,pero esta noche nos da por ponernos metafísicos y la conversación aborda la existencia o no existencia de Dios. Ahí es nada. Somos un grupo pequeño pero como si se tratara de un chiste: van un creyente, un ateo, un agnóstico…
Porque…
Un viaje será más divertido cuanto más diferentes sean las personas que lo comparten. Segunda Ley de la Termodinámica Turística