Tengo 5 años y me ha nacido un hermano.
Yo no lo he pedido, ha sido cosa de mis padres.
Se tira un eructo y todos se ríen. Yo, que acabo de aprender a montar en bicicleta, tengo que hacer virguerías, arriesgando mi vida, para conseguir un resultado parecido. Y soportar siempre el comentario: «Mira, Juanito, qué cosas hace tu hermana». ¡¡¡Pero si no te entiende!!!
La vida se ha hecho mucho más complicada para mi en unos meses. Tengo que esforzarme muchísimo —no sólo estoy hablando de la bici— para conseguir un poco de cariño y de reconocimiento por parte de mis padres. Sé que a la larga esto será bueno para mí, aumente mis niveles de autoexigencia. Me sube la autoestima, la autoconfianza y agudiza mi ingenio y me hace una niña, luego una mujer, más capaz.
Pero me da pena por mi hermano.
Todos esos aplausos gratuitos van a ser nefastos en el desarrollo de su personalidad. Lo van a hacer blando, caprichoso, frívolo… puede acabar adicto a cualquier cosa como alguien no ponga remedio. De momento yo lo veo muy enganchado al chupete.
Mi hermano llora por cualquier cosa.
He tomado la decisión, y nace de lo más generoso de mi pequeño corazón de 5 años, de someter a mi hermano a unos ejercicios que mejorarán pronto su baja tolerancia a la frustración.
Este programa consta de varios niveles y lo desarrollo por propia iniciativa y a espaldas de mis padres pues ellos de psicología no tienen ni idea.
Por ejemplo cuando jugamos a cualquier cosa —siempre juegos tontos, no da para más el pobre— él nunca gana.
Cuando me pide algo yo lo cojo, pero no se lo doy si no dice las palabras mágicas («por favor») lo cual no ha ocurrido por el momento puesto que no sabe hablar.
Sobre este particular mi madre dice que sabe decir «mamá», mi padre dice que sabe decir «papá» y yo digo que asignarme a mí el nombre de mi abuela, Dionisia, no va a contribuir precisamente a estrechar lazos fraternales con este… lerdo.
Estoy balanceando el chupete por la ventana. Con el lenguaje corporal explico a mi hermano que puedo soltarlo en cualquier momento. El pone cara al principio de enfado pero en seguida pasa a la tristeza, empieza a hacer pucheros, creo que es el momento de soltar el chupete, que caiga a la calle y lo atropelle una furgoneta de reparto.
Cuando ya estamos terminando con este ejercicio, que para los no iniciados se llama: Cómo potenciar en la psique del niño el desapego a las propiedades materiales 1, descuido la vigilancia, aparece mi madre y el programa deja de estar en el inmenso territorio de la realidad que mi progenitora desconoce para ubicarse en su consciencia, en la más cercana.
Mi madre se enoja y llega a decirme que soy «una niña un poquitín hijap…».
Del uso del «niña» en vez de mi nombre propio deduzco que voy a quedarme sin bici. Del uso del diminutivo «poquitín hijap…» en vez de «hijap…» con todas las letras deduzco que no voy a quedarme sin bici más de una semana.
Pero es muy probable que en adelante se estreche la vigilancia sobre mí y mi hermano cuando estamos solos. Lo cual, no me cabe duda, va a repercutir muy negativamente en las posibilidades de que mi hermano acabe siendo un blando, caprichoso, frívolo y acabe adicto a cualquier cosa.
El viejo chupete murió bajo las ruedas, pero ya tiene uno nuevo. Así no vamos a llegar a ningún sitio.
La foto es de Javi San Díez (@javisanzdiez)