Ayer me fui a la cama a las tres. Había empezado el recuento y los medios digitales americanos estaban seguros de que Clinton ganaría. Tenían en su mano cientos de sondeos. Todos se han equivocado. ¿Por qué?
En los tiempos del Big Data, cuando Facebook y Google saben de antemano el modelo de zapatillas que te gustan, el postre que te gusta, dónde te quieres ir de vacaciones… ¡y no saben a quién vas a votar! Desde que nuestros correos y nuestras cookies (y muchas más cosas íntimas) están registradas y sistematizadas con el mayor detalle vengo observando que las estadísticas sobre las elecciones ¡no dan una a derechas! Pasó con el Brexit, pasó en España…
Pero tengo mi teoría.
La política es una cosa demasiado antigua y el big data es demasiado moderno. La democracia y los sistemas electorales están completamente desfasados, la tecnología y la ciencia avanzan, pero en política se sigue levantando la mano como se hacía en Roma para votar. Qué ridículo me siento cuando tengo que doblar una papeleta, meterla en una urna y escuchar a tres señores decir mi nombre y votó. ¿A nadie le parece un anacronismo estúpido? El desfase entre una tecnología que permite a un ordenador aprender y un sistema representativo de hace trescientos años hace a este último muy vulnerable.
Por ejemplo: Para pilotar un avión tienes que pasar un montón de pruebas: acreditar experiencia, estabilidad psicológica, inteligencia, capacidad visual… para dirigir un país no hace falta. Se sabe de lo peligroso que es que un maniaco depresivo o un psicópata piloten una nave de pasajeros, hay ejemplos recientes, y existen herramientas para detectarlos, apartarlos y evitar que acaben a los mandos. ¿No hay herramientas para detectar a un candidato que puede estrellar la nave de su propio país? No se usan, esos filtros se usan por Ley en el transporte de pasajeros, pero no en la política.
Otro ejemplo: Los medios de comunicación están tan entretenidos aumentando el tamaño de letra de los titulares que les proporciona un personaje como Trump (y frotándose las manos con el subsiguiente aumento de los likes y los share en redes sociales) que no se paran a pensar en su responsabilidad. Y en vez de intentar contar la realidad con objetividad y distancia, hacen Hollywood con cada patochada, saben que se gana más dinero contándole a la gente lo que quiere escuchar: morbo y sensacionalismo. La información sobre política y economía sigue las mismas directrices de satisfacer los instintos más básicos de la audiencia que la telebasura. Los medios, que se autoregulan para no poner noticias de suicidios, se dice que tienen efecto llamada, no se han parado a pensar si sus sensacionalismos no tienen el mismo efecto llamada sobre los temores y las frustraciones de la población. ¡¡Los mexicanos nos quieren invadiiiiiir!!
Hace tiempo que las sociedades adelantadas son conscientes de que aunque las empresas tabaqueras puedan vender todo el tabaco que los fumadores deseen comprar esa dinámica es destructiva y debe ser limitada. Que aunque las empresas de alimentación puedan comercializar los productos saturados de grasas y azúcares que todos los niños y mayores queremos como locos comer, esa dinámica es destructiva y debe ser limitada. Lo mismo reza para la seguridad en el trabajo (habría obreros dispuestos a trabajar sin protección y empresarios dispuestos a aceptarlos), para el trabajo infantil (hay niños pobres dispuestos a esclavizarse por unos dólares y empresarios dispuestos a contratarlos), los medicamentos y mil cosas más. La sociedad entiende que el poder de las empresas para vender está desequilibrado con la capacidad de los consumidores para discernir y elegir, y por eso hay entidades reguladoras que suplantan parte de nuestra libertad e impiden vender heroína y cristal a adolescentes en los supermercados, por ejemplo. Las empresas políticas, lo que vulgarmente llamamos partidos, saben que una campaña electoral no es en absoluto diferente a una campaña para vender hamburguesas, con la diferencia de que no hay límites en lo engañosa que pueda ser esa publicidad. Todo el mundo sabe que lo que prometen los candidatos en campaña es mentira, que no tienen ninguna intención de cumplirlo, sólo lo dicen para vendernos la moto. Si Kentucky Frichuqui dijera que su nuevo menú te hace más inteligente o te permite levitar sería denunciado al instante, Trump dice que va a declarar la guerra a China y a nadie le parece que eso merece una inhabilitación.
Hitler salió de las urnas, que no se nos olvide, y lo hizo prometiendo gloria y grandeza a un pueblo herido y humillado. Pueblos heridos y humillados por el paro, la falta de futuro, la corrupción y la desigualdad económica rampante los veo a mi alrededor, y también Hitleres asomando.
Y también veo especialistas en marketing dispuestos a cobrar un sueldo asesorando a un candidato, encendiendo las redes, calentando a los medios, experimentando a vender hamburguesas podridas porque en la campaña política todo vale.
Los ciudadanos jodidos y los tiranos vienen en el mismo paquete como el Tigretón y el cromo
¿Sabe esto el big data o es que no nos lo quiere contar?