Capítulo 1:
Durante muchos siglos creímos que la Tierra era plana, y que estaba quieta. creímos que el Sol y todos los astros giraban alrededor de ella.
Y luego llegó un señor y dijo que no, que era redonda, que se movía. Y fue otro señor y, para demostrarlo, le dio la vuelta. Para los doctos, la circunnavegó. Salió en su barco hacia el oeste y meses después apareció por el este.
Aunque es cierto que a la mayoría de nosotros ese radical cambio de concepción no nos cambió un ápice la vida.
La Tierra era redonda, pero nosotros seguimos durmiendo, despertando, comiendo, defecando y, cuando se podía, copulando. Igual que cuando era plana.
Durante muchos años creímos que existían Dioses. Y resultaba muy ventajosa su «existencia». A alguien le teníamos que culpar de la tormenta, la noche, el hambre, la enfermedad o la muerte. A alguien le teníamos que agradecer los días soleados, la comida, la salud y la vida. Alguien tenía que tener las respuestas a las preguntas difíciles, ser responsable de las cosas más grandes que nosotros.
La física, la biología, la genética, la matemática… se dedicaron a ir respondiendo muchas de las preguntas. Resultó que la existencia de eso que habíamos llamado Dioses era tan poco probable como que hubiera una tetera orbitando alrededor de Júpiter.
Pero prescindir de Dios/es tampoco cambió mucho nuestra vida, la verdad. Casi todos seguíamos durmiendo, despertando, comiendo, defecando, y en cierto margen de edad y suerte, solazándonos en el fornicio. Igual que cuando creíamos que existían Dioses.
Capítulo 3:
Durante muchos años creímos que existía la libertad, la propia voluntad, el libre albedrío
Pero con el tiempo nadie conseguía encontrarlas. Y resolvimos que eran conceptos muy hermosos y muy seductores, que nos habían venido bien, que nos habían resultado útiles para la puesta en escena, para hablar de algo que no fuera el tiempo,
Útiles para definir la culpa, el castigo, el premio, el éxito, el fracaso… para responder en alguna medida a aquellas preguntas que se le escapaban a la ciencia y a la Wikipedia. Al final acabamos aceptando que la libertad era un artilugio, una construcción de nuestro muy limitado entendimiento, como que la Tierra era plana o que existía allí arriba un Dios que todo lo podía.
Aunque al final, la verdad, la cosa no cambió tanto: seguíamos durmiendo, despertando, comiendo, defecando, y cuando no se podía fornicar, masturbándonos.
Igual que cuando existía la libertad.