Habrás notado que llevo unos días muy existencial.
Filosófico, místico, zen…
Pues no, soy el mismo de siempre. No he conseguido aplacar la tormenta. Yo soy eminentemente una duda, una imprecisión, una incertidumbre.
Anoche mismo, a las 2,15 de la mañana, cuando me iba a acostar, una última mirada al espejo. El cepillo de dientes todavía en la boca. Si me obligaran a elegir, ¿qué preferiría: ser piojo o ladilla?
Otros se desvelan pensando si quieren ser controlador aéreo o piloto, broker o financiero, Barbie o Ken.
Yo piojo o yo ladilla.
El piojo tiene mejores vistas, eso es verdad, todo es exterior. Luz a raudales.
La ladilla, no debemos olvidarlo, tiene garantizada la calefacción. Una ladilla nunca muere de frío, ni se la llleva el viento.
El piojo se codea con las ideas, los pensamientos, las razones, la lluvia, el sol y los sombreros. Tiene glamour.
La ladilla duerme en los brazos del deseo. Tiene amour, sin «gla». La ladilla vive en la abundancia o en la ausencia, en la intensidad o el aburrimiento. Pero siempre calentita, por dentro.
De verdad, piensa por un momento, piojo o ladilla, ¿quién conoce mejor a su casero?
Probablemente el piojo sea periodista, «Desde este pedestal, me gusta contar lo que veo«.
La ladilla es escritora. Novela histórica, o rosa, intimidades, «Lo que imagino, lo que invento, lo que quiero»
Ambos viven de piel y de pelo. Rubio, pelirrojo o moreno, teñido o auténtico. Siempre luchando contra los geles y otros asépticos.
El piojo más cerca del cielo, la ladilla más cerca del suelo, ambos con los pies en el cuero.
Tú que me conoces bien, dímelo (eso sí, con argumentos) entre piojo o ladilla, uno en su balcón, la otra en su secreto ¿qué prefiero?
Me meto en la cama, con mi duda, y Sueño Con Lenguas.