Cosas que le pasan a este farandulero cuando NO está en el escenario

Rivilla en Estocolmo – Día 1

El viaje a Estocolmo empieza un día antes, en Peralillos.

Hemos sido urbanitas toda la vida pero en la actualidad somos pueblerinos, por eso se nos olvida que todas las carreteras se alargan los domingos por la tarde en dirección a Madrid y 4 horas se pueden convertir en 6. Cuando nos percatamos de esta circunstancia ya es demasiado tarde, pero en vez de flagelarnos, nos mentalizamos, y aceptamos la realidad con estoicismo, no hay más remedio. Haremos cuantas paradas nos apetezcan y comeremos pipas… estoicismo y pipas ¿hay algo más español?

Es domingo después de comer cuando cogemos el coche hacia Madrid.

Funciona solo a medias. 

Llegado a este punto siento que tengo que dar algunas explicaciones sobre el dónde, el por qué, el cuando y el con quién.

¿Dónde? Estocolmo. Yo llevaba tiempo con ganas de norte de Europa, de ciudad y de adults only. Y también de invierno, si bien Peralillos ofrece veranos intensos, primaveras floridas y otoños melancólicos, los inviernos no dan la talla, no deberían siquiera llamarse así. Y en la cosa del invierno, no me lo podéis negar, Estocolmo lo borda.

¿Por qué? nuestra amiga Gisela coincidió en una cena de estas convocadas a través de las redes sociales con ex alumnos del club de papiroflexia Pajaritas Of The World. A Gisela la pasión por la papiroflexia le duró solo dos años, pero en esos dos años se matriculó en cursos, asistió a certámenes y hasta se colegió. En el tiempo que enfocó su exceso de pasión hacia ese ámbito no había sarao papirofléxico en Madrid que se perdiera. Conoció a mucha gente doblando folios con arte, pero mucha. Y en uno de esas hizo migas con una papiroflecta sueca, Birgit, que había venido a Madrid a un congreso en el que se iba a hablar del doblez número 13, el más allá de la disciplina. Hicieron buenas migas, se presentaron a sus respectivas familias, se invitaron a cumpleaños, pero luego la sueca volvió a Suecia… El diciembre pasado, cuando la reunión de facebook de antiguos chalados del doblar papel. Birgit la invitó a visitarla en Estocolmo y Gloria aceptó sin pensárselo dos veces.

—¿Puedo llevarme a unos amigos?

Y eso nos lleva al ¿con quién? Con Gisela y David, ellos son nuestros compañeros de viaje. Gisela es amiga de Susana desde que iban juntas al colegio Nuestra Señora del Divino Deseo Insatisfecho, también llamada Virgen de las Compulsiones, en el barrio de Cuatro Caminos. Gisela y Susana fueron uña y carne, desde segundo hasta octavo, luego los cambios de colegio las separaron en el día a día pero desarrollaron una florida relación epistolar epistolar, y se veían en vacaciones, fines de semana, cuando podían. Gloria hoy es la dueña del karaoke más famoso de San Sebastián de los Reyes, Karaoke Triunfo. No le gusta darse importancia pero, si le aprietas un poco, enseguida abandona su discreción y te cuenta que por su escenario han pasado voces increíbles, como los actores de Mamma Mía, un sobrino del Fary y el bajito del Dúo Dinámico. “A nivel internacional, varios concursantes de Eurovisión cuyos nombres no te sonarían y un señor de Murcia clavadito a Freddy Mercury, no solo en la voz sino también en el bigote. Cuando me visita alguna estrella, cuando termina su interpretación, doy el cambiazo al micro, lo llevo a mi oficina y guardo en una bolsa al vacio la rejilla del micrófono. Porque ahí quedan restos orgánicos del cantante, ya sabes, por los perdigones. Tengo cromosomas de más de 500 cantantes, si cometen un asesinato yo podría ayudar a identificarlos, pero también, en un futuro, cuando la tecnología lo permita, podría clonarlos y hacer bonsais de cantantes de karaoke. Igual que otros tienen hamsters, yo podría tenerlos en una karaoke-jaula y ponerlos a cantar éxitos en una maqueta a escala de mi Karaoke Triunfo. No me digas que no sería un entretenimiento bueno para mi jubilación” Muchas noches, para animar el local, ella misma coge el micrófono y se arranca por Raffaella Carrá o María Jiménez, siempre mujeres arrolladoras porque, como ella misma dice, “para hacer de mosquita muerta pop yo no me subo”.

Si Gisela es una mujer exuberante, empresaria apasionada, visionaria y farandulera, David es un alma anhelante de retos. Ha ido cambiando de trabajo, siempre empezando desde cero, y cuando llegaba a un nivel bueno de reputación y perras, volantazo y a otra cosa. Matemático, churrero, piloto de globos, alicatador, cirujano plástico… en todo eso empezó, en todo eso triunfó, de todo eso se retiró. Su profesión actual: entrenador de fútbol. ¿Dónde está el reto? Se preguntará el lector. Efectivamente, el fútbol se extiende por la vida deportiva en nuestro país del niño al abuelo, del rico al pobre, de Algeciras a Bilbao, como marea pringosa del Prestige. Pero… das una patada y salen cuatro entrenadores y seis delanteros, pero el fútbol que él entrena es fútbol americano. ¿Fútbol americano en España? Sí. Y para que el desafío sea mayor, su equipo no es de armarios roperos sino más bien de escombros. David dedicó unos años a seleccionar sus jugadores por los campos de petanca de su querido Sanse, convenciéndoles de que tenían un futuro si le seguían. ¿Por qué? Porque le gustan los retos. Y formó un equipo con la flor y nata de los prejubilados de la zona. “La forma física está en la mente, si lo visualizas, puedes. El fútbol americano es un 90% precisión y un 10% empujón, ¿no tienen entonces ventaja los jugadores de petanca?” David quería que su equipo de sesentones jugara en una categoría de esa edad, por precaución, pero, como no la había, tienen que competir con los chavales de 20. Los muchachos de David han conseguido ganar ni un partido pero son las estrellas de la planta de traumatología del Infanta Leonor. El equipo se llama Los Shackleton, en honor al explorador inglés. Como se puede apreciar además de los retos, a David le gusta el cachondeo. 

Soltamos las maletas en casa de Gisela Y David en Sanse. Han desalojado a uno de sus hijos adolescentes para cedernos su habitación. 

—El domingo te vas a dormir a casa de Dimitri para dejar tu habitación a los Rivilla —le dijeron. La criatura no rechistó.

Cuando nos enteramos exhibimos la protocolaria indignación.

—Hombre, no sabíamos esto, podríamos habernos quedado en un hotel, pobre chico… 

Pero en el fondo sintonizamos con esa línea pedagógica cañera: que los hijos noten en la nuca el aliento helado del desahucio desde la tierna infancia. Para que se esfuercen. “Si no te aplicas mira lo que puede pasar, que vuelvas del colegio y hayamos alquilado tu habitación”. 

Nos llevan a cenar al Loyber, un bareto de barrio que es sede oficial de las cervezas de después de los partidos del polideportivo aledaño. Las especialidades son oreja y patatas, bravas ambas. En el Loyber las sales y los electrolitos perdidos por el esfuerzo se recuperan con oreja y bravas. Y con cerveza, of course. En el ambiente se masca la testosterona de barrio, por aquí no ha pasado un metrosexual en la vida. La salsa brava lo es de verdad, por cada 3 raciones la casa te regala un Almax.

Se apunta a la cena nuestro amigo Lisandro. Lisandro en vegetariano, diseñador de interiores, artesano y esteta; un hombre cultivado donde los haya. Yo interpreto su comparecencia en este garito como prueba de la autenticidad de la amistad que nos une. No me queda otra opción porque en este bar él no puede encontrar más que excepciones a sus reglas. A pesar de ello: “No os preocupéis por mí, yo ya he cenado, si acaso pico alguna patata”.

Apostaría un millón a que el nombre de Loyber tiene su origen en ese método de naming que consiste en juntar sílabas de los nombres de los dueños, que tantos daño ha hecho al branding cañí a lo largo de décadas. Fíjese el lector la cantidad de establecimientos españoles que utilizan este subterfugio: Royfer, Canypa, Vanype, Royma… hasta llegar al extremo con el rótulo que pusieron Concha y Tobirio en su tienda de lencería de Carabanchel, la marca Fajas Coyto puso el listón muy alto. Con la misma técnica Lola y Bernardo gestaron el naming de Loyber. Y le apellidaron Star, Loyber Star, para no quedarse cortos y dejar claro las pretensiones de expansión del negocio. Camareros acelerados, pantallas de TV por doquier, todas con el mismo partido, vasitos con mondadientes para que el cliente se lleve los intersticios periodontales niquelados a casa, gritos acalorados cuando hay gol, gritos acalorados cuando hay falta, gritos acalorados cuando casi… David ha insistido porque sabe que a mí me pirra la hostelería de barrio tanto desde un enfoque gastronómico como etnográfico. Y porque me pirra la oreja a la plancha. Además, como mañana viajamos a lo nórdico, así notamos más el cambio cultural. 

Regresamos a casa y tomamos posesión de nuestro aposento temporal. Hay trazas de adolescente y de gato. Me tomo el antihistamínico, por el adolescente, que me da reacción. Y a dormir.