Nos hemos levantado y lo primero a mirar por la ventana para ver si seguían ahí los ciervos.
Los ciervos han desaparecido pero ha nevado toda la noche y el paisaje es de cuento.
En la categoría “paisaje nevado” hay 2 calidades:
- Superior, cuando el manto de nieve cubre el suelo, los coches, tejados y tal pero se ven superficies sin cubrir, bien porque la nevada es antigua o porque fue leve.
- Premium, cuando la nieve cubre también las ramas de los árboles, cada hoja, los cables de la luz… superficies complicadas. Esto indica nevada reciente e intensa.
Hoy tenemos calidad premium. Y no hace nada de viento, y sigue nevando.
Muy bonito todo pero el desayuno no se perdona.
Frukost (desayuno) a lo sueco: mantequilla 1 fruta 0.
David compró ayer un paquete de bacon porque era la única carne que bajaba de 30.000kr. Cocinar bacon sin que deje rastro olfativo y grasiento es asunto delicado, y hacerlo en cocina ajena donde no conoces la herramienta se vuelve una tarea para valientes. David, como ya hemos comentado, no ve nunca un reto demasiado grande y aborda este en concreto de forma frontal, creativa y multiherramienta: papel absorbente y microondas.
Y la lía mu’ parda. Sólo mencionaré que los detectores de humo sueco tienen un pitido muy desagradable.
Los 3 nos comemos las lonchas de panceta torrefacta con crunchy de celulosa alabando el manjar como si fuera torrezno de Soria DOP. La actitud lo es todo.
En el jardín trasero hay dos ardillas, 4 pájaros endémicos de Estocolmo y 1 gorrión vulgar. Picotean en la nieve justo debajo del comedero: “Yo juraría que ayer aquí había manduca”. Se afanan buscando y mirando desconfiados a los extraños que desde el otro lado del ventanal les hacen fotos mientras mastican tostada y bebén café. “Va a ser que esos capullos nos han quitado las semillas por la noche”. Pero siguen escarbando con tenacidad. La actitud lo es todo.
Llegan Birgit y Gunnar que se han ido a dormir a la granja para hacernos sitio en su casa. Mucho se habla de la hospitalidad del pueblo bereber pero estos suecos lo están petando.
—¿Qué tal habéis dormido? —preguntan.
—Fenomenal
Salimos con Birgit hacia el metro. El paseo incluye unos 300 metros a través de bosque siguiendo huellas de ciervos. Ah, no. Son de madrugadores que van al tajo. No soy un experto en huellas pero me parece que las de los ciervos son, no sé, como más ligeras, más alegres. La huella de madrugador tiene un arrastramiento, una desazón… un ¿no estaría yo mejor en Mallorca?
—La nieve tiene la capacidad de tapar los cepos para osos y dejarlos invisibles — aviso a mis compañeros porque acabo de acordarme que lo vi en un documental de las Rocosas— yo intentaría no salirme de las pisadas.
Uno de esos madrugadores amargados podría haber puesto cepos anoche para vengarse del mundo. La actitud, también la mala, lo es todo. Mis amigos me miran con expresión de tútepinchas pero lo que queda de bosque no se salen de las huellas, que se creen que no me doy cuenta.
Los medios de transporte metropolitanos son un misterio en cualquier ciudad del mundo, no hay uno sencillo. Para coger el bus en una ciudad que no es la tuya tienes que hacer una investigación. El metro es un jeroglífico subterráneo. Cómo se paga, tipos de billetes, frecuencias y lo más importante ¿dónde va? Los nombres de las estaciones en Estocolmo, no solo son impronunciables, son también inmemorizables. Menos mal que tenemos a Birgit para copiar todo lo que ella hace. La seguimos como patitos. Antes de salir de casa nos ha advertido que si un sueco o sueca nos dice buenos días probablemente está borracho o borracha. La gente de otros colores de piel distinto del blanco pálido si que pueden a) mirarte a los ojos b) sonreír c) decir algo, sin que signifique necesariamente intoxicación etílica.
En la segunda parada, Gisela, que no pierde oportunidad de buscar los límites del comportamiento humano, le dice a la mujer sentada frente a ella en el vagón: “Qué bonita la nieve”. A lo que la sueca responde en buen inglés.
—Bonita suputamadre. Las primeras horas, tiene un pase. Luego se forma bien un barrizal en el que rebozarse como cerdos o bien una placa de hielo en la que romperte la cadera justo antes de ser atropellado por una furgoneta fuera de control.
Se ha expresado sin acritud. La sintaxis ha sido muy correcta. El vocabulario utilizado, florido. Ergo esta no va borracha.
Siempre me han llamado la atención las paradas de metro que salen de debajo de los edificios. En Madrid o en París no las hay, ponemos las escaleras en medio de la acera, como debe ser, con su arco bien señalizado: Metro. Pero sí las hay en Londres y también aquí. ¿Hicieron primero la estación y luego pusieron el edificio o pusieron el edificio y escarbaron debajo la estación? Mi mente entra en bucle como con lo del huevo y la gallina. La parada de Östermalm es de las de edificio.
A cincuenta metros del metro está el Saluhall, un mercado que se fundó en 1880, y se ha restaurado hace poco. El Saluhall es uno de esos mercados gourmet para pijoturistas como nosotros. Precioso desde los rótulos de los puestos a la estructura vista de hierro o los murales del techo. Las vitrinas expositoras parecen obra de decoradores, los dependientes en vez de entrevista de trabajo han hecho un casting. Antes de levantar la persiana hay que pasar por maquillaje y peluquería. El jamón serrano de Teruel está a precio de ibérico Joselito. Las latas de mejillones Ortiz podrían esconder alguna perla a tenor del precio que marcan. Estos haute couture también están de moda en España. Pero al concebirlos, el director de arte de Walt Disney se olvido de la banda sonora. Los mercados eran sitios bulliciosos, desordenados y trepidantes donde se regateaba, se pedían las cosas a gritos, podía atropellarte un mozo con un carro en un pasillo, y tú le soltabas un improperio parecido al que le dedicabas a la señora que se te quería colar, pasando después si no cedía a enseñarle los colmillos y la punta de una navaja. Y falta la paleta de olores. Los mercados olían porque la comida huele. Huelen los barriles de arenques, los bacalaos colgantes, huelen los encurtidos y los restos de basura en el suelo. Por no hablar de que en un mercado de hace 60 años cuando pedías un capón lo sacaba el pollero de la jaula, te lo mostraba aleteando boca abajo y si era de tu gusto lo decapitaba de un tajo seco allí mismo y procedía a desplumarlo y eviscerarlo todavía caliente. Si se recrearan de verdad los mercados tradicionales, en 2024 obligarían a poner un cartel en la puerta “Atención: algunas escenas pueden herir su sensibilidad”. Pero Saluhall tiene hasta un hotel de 4 estrellas pegado, con sus clientes de postín bebiendo moetchandons. Dejemos claro que yo y mis compañeros preferimos los pijo mercados de diseño a los mercados gore de mis abuelos, que nos hemos gastado un dinerito en venir hasta aquí y no es para ver las miserias sino para constatar que en Suecia se atan los perros con longaniza. No hay que obsesionarse con descubrir la realidad.
Paseamos por Strandvagen, que podría ser el paseo marítimo de Estocolmo si Estocolmo no tuviera 45 paseos marítimos. Birgit nos lo presenta.
—Esto es la calle Serrano de aquí. Alrededor lo que sería el barrio de Salamanca de Estocolmo.
Todas las ciudades tienen su barrio de Salamanca. Manzanas de edificios señoriales, tiendas de lujo lujosísimo y porteros con librea en las puertas de unos pocos hoteles con nombres decadentes.
Pasamos al lado del Teatro Nacional.
El respeto que sienten otros cuando se acercan a una iglesia a mí me embarga ante la fachada de un teatro. Es ver sólo el nombre y me pongo contrito. Da igual que sean teatros consagrados a la ópera, la comedia, la música o la danza. Me pasa también con los museos, aunque un poco menos. Quizá sea porque en los teatros los bichitos culturales están vivos y se mueven mientras los espectadores están quietos. En los museos son los espectadores los que se mueven mientras que los bichitos culturales están en vitrinas o colgados de las paredes. Templos del arte y templos de la religión son equiparables: espacios dedicados a intentar descifrar y explicar el gran misterio de lo humano. Pero para hacer su labor las iglesias dan ese rodeo pasando por lo divino. El arte no, el arte puede ir directamente.
Y un museo es nuestro destino de hoy.
Vamos despacio porque caminamos sobre la nieve como pingüinos. Nos adelantan abuelas suecas vigorosas, y madres jóvenes suecas que se visten de deporte para empujar el carrito del bebé sobre la nieve. Abuelas y madres llevan suelas de clavos, seguro, por eso nos pueden humillar. Digo yo, en una sociedad tan bien adaptada al resbalón ¿no sería razonable ponerle patines al carrito de los bebés?
El Museo Vasa es el museo más singular que yo haya visto. Porque los museos se erigen a mayor gloria de la ciudad o la nación que lo construye. Fíjense en el British Museum, que se podía titular “Tesoros increibles que hemos robado all around the world”. O El Prado: Los mejores pintores del mundo, oe, oe, oe. O el Guggenheim, a que no hay huevos a hacer el primer museo del mundo que sea como el gurruño de papel Albal. En cambio el Vasa está dedicado a la cagada más famosa de la navegación nórdica, al ridículo más espantoso de esta nación en el ámbito naval. Recordáis a los vikingos, que en arquitectura no habían pasado de poner dos piedras con unas inscripciones, pues con los barcos eran unos fieras. Cuando se les metió entre ceja y ceja que a conquistar por ahí llegaron con sus barcos a atacar ciudades lejanas de la costa como Córdoba o París, de las ciudades con puerto ni hablamos. No estamos hablando de un país cualquiera, los suecos llevan la navegación en las venas.
Vasa es el nombre de una dinastía reinante en Suecia y parte del extranjero de 1523 a 1654. Gustavo II Adolfo, qué manía han tenido siempre los reyes de ponerse nombres de telenovela mexicana, fue un rey diligente que se metió en guerras y las ganó y tal. Pero la historia es como una noche de póker, que cuando te han venido unas cuantas manos buenas, hay que saber retirarse porque si estiras demasiado el chicle lo más probable es que las matemáticas acaben por darte una colleja y lo pierdas todo. Gustavo Adolfo había salido vencedor de la guerra de los 30 años. Guerra que pilló ya empezada puesto que cuando la ganó tenía veintitantos.
—Nos ha ido bien con los barcos, preparadme uno morrocotudo.
—Perdón ¿cómo dice, Majestad?
—Morrocostörste. El novamás de los barcos. A ver, jilguero, que te lo tengo que explicar todo. ¿Ves ese de ahí, el mejor navío de nuestra armada?
—Sí, majestad.
—Pues el doble.
—¿Cómo que el doble?
—El doble de todo: de palos, de cañones, de señores dentro, ¡¡¡de todo!!!
—¿Dos anclas, señor?
—Anclas una, joder, pero doble de gorda.
—¿Para cuándo lo quiere su excelencia?
—Lo quiero para mañana pero en mi infinita magnanimidad podría llegar a entender que tardará unos meses.
Dos años después los trabajos se retrasaban, y el rey se impacientaba. Quería seguir conquistando y el barco sin terminar.
—Que me lleven a verlo —dijo.
—A ver ¿qué le pasa? —dijo
—Esto está listo —sentenció
—Verá, hemos hecho algunas pruebas y… —le dijeron.
—Paparruchas, la semana que viene lo quiero en el agua.
—Sería prudente quizás… —le replicaron.
—…y punto en boca, ya estáis tardando —interrumpió.
Es muy difícil llevarle la contraria a un rey y más aún si es un rey triunfador, un rey joven, con la testosterona brillándole en la frente. Nadie se atrevió.
—Majestad ¿qué nombre ha elegido?
—¡¡¡El Gigante Indestructible de Todos Los Mares y Océanos Cagüentó!!! —dijo el rey.
—Verá, señor, no nos cabe, porque, siguiendo sus instrucciones, hemos puesto muchas decoraciones. Mitologías vikingas, emperadores romanos, angelitos en pelotas…
—Pues entonces lo llamaremos Wasa
—Si me lo permitiera, señor, el hacerle una sugerencia, me atrevería a decir que ese nombre se parece mucho a “guasa” ¿está usted seguro?
—¡¡¡¡Pues Vasa!!!! Y a tomar por saco. Como mi dinastía, la más gloriosa estirpe que Suecia haya visto, la más grande de las grandes… —y tuvo que retirarse porque estaba sufriendo una contracción en la zona inguinal.
El 6 de agosto de 1628, domingo para más señas tuvo lugar el acontecimiento nacional. Luce un sol espléndido. Banda de música. Tres regimientos en formación. 20 salvas de honor. Estaban todos los ministros y todos los lameculos de la corte ubicados lo más cerca que habían podido del culo que les correspondía lamer. Desde la coronación no se había visto tanto boato y tanta afluencia de público. El arzobispo echa sus bendiciones, el Rey hace una señal y echan el Vasa al agua. El bergante se desliza majestuoso sobre las plácidas aguas. Pero se levanta un airecillo de esos que levantan las faldas de las muchachas y el Vasa se escora. Se escora, se escora ¡¡se escora!! Como que empieza a entrar agua por los tropecientos agujeros de los cañones, aka troneras, y el Vasa se va al fondo delante de más de 10000 suecos estupefactos.
¡15 minutos después de haber sido puesto en el agua!
A la vista de todos, había recorrido apenas un kilómetro.
El pueblo llano que asistió a la ceremonia pudo contemplar con sus propios ojos…
—Erik, cariño, deja de agitar la banderita —dijo una madre.
…que no necesitaba naciones enemigas ni guerras, que Suecia se bastaba a sí misma para hundirse los barcos.
En el museo falta una foto de la cara que puso Gustavo Adolfo II de la casa Vasa. Tuvo mucha suerte el rey de que no se hubiera inventado entonces el meme, porque lo habría petado.
Ahí en el fondo pasó los siguientes siglos el navío de guerra más grande jamás construído, sedimentando sus delirios de grandeza.
Hasta que en 1941 se decidieron a sacarlo. Si hundir la bestia costó un soplido, sacarla a flote supuso un dineral. Las gélidas aguas con poca salinidad y los lodos lo habían conservado de forma decente, pero de todas formas había que tener mucho cuidado, que tres siglos no son moco de pavo. Se hizo un despliegue ingenieril para desenterrarlo, reflotarlo y sacarlo de ahí. Las cuentas son las siguientes: 2 años para construirlo. 15 minutos para hundirlo. 3 siglos para asimilarlo. 6 Años para rescatarlo. De los dineros mejor no hablar.
Y justo donde lo sacaron construyeron el museo alrededor de él.
—No lo menees, déjalo ahí, ni tocarlo.
El Vasa Museet no solo tiene el imponente buque sino que incluye todo tipo de explicaciones de cómo era la vida a bordo, el periodo histórico, las circunstancias del naufragio, nombres de todas las piezas del barco —obenque, foque, varengas, barraganete, trancanal— talla de calzoncillos del contramaestre… Si te lo lees todo te dan 3 créditos para ingeniería naval en la Universidad de Estocolmo, y te convalidan la asignatura “Barcos de guerra: Qué no hacer”.
También hay un panel que cuenta las investigaciones que se siguieron para depurar responsabilidades. Esto me pareció muy sabroso: resulta que semanas de entrevistas e interrogatorios estaban llevando la culpa de forma lenta pero inexorable en la dirección de Palacio así que se concluyó que había sido el viento, y pelillos a la mar.
Las salas están llenas de grupos escolares porque aquí es donde los churumbeles suecos aprenden las famosas 5 lecciones del Vasa:
- Resiliencia. Si como nación hemos superado esto, tú puedes, machote.
- Apariencia. Los Reyes cumplen su función decorativa pero hay que mantenerlos alejados de la toma de decisiones a toda costa.
- Contingencia. El mar es muy bonito pero no perdona.
- Fricción: echar un barco al mar no cuesta nada, se corta una cuerda y se golpea con una botella de champán y ya está. Pero sacarlo es una pesadilla.
- Aprovechancia. Si bien es deseable que los barcos lleguen a su destino sin novedad. Las artes, en especial la literatura y el cine, agradecen el naufragio.
Salimos del museo, es hora de comer y Birgit nos propone ir al Skruten, un pequeño bistró sueco frecuentado por locales y que está aquí al lado en la misma isla de Djurgarden. Velitas en las mesas y en las ventanas que como hemos visto no significan “cena romántica” sino “aquí hay un sueco vivo esperando la primavera”. Tres platos únicos en la pizarra: carne, pescado y vegetariano. Pagas en la barra y tú mismo coges tus cubiertos. La bebida sin alcohol está incluída en el menú: agua, té y aguachirle de frutos rojos. También es de libre disposición el pan sueco agalletado con mantequilla. Ante tal generosidad del propietario me apalanco 3 vasos del mejunje colorado y 3 galletas untadas con un dedo de mantequilla. Cuando la camarera me explica que puedo ir de una en una, que si se acaban ella traerá más, no sé si fiarme, la falta de costumbre. Por aquí no vienen muchos españoles, constato.
El lugar está hasta la bandera de aborígenes, pero como el sueco es de hablar bajito y empujar poco, se está muy a gusto. Pedimos con la consigna de siempre: platos distintos para picar en los ajenos. Esta costumbre aparte de escandalizar a los locales les permite identificar nuestra nacionalidad minimizando el margen de error. Demostrado: el concepto ibérico “bar de raciones” es ajeno a la cultura nórdica.
Rodeamos el parque de atracciones Grona Lund, el más antiguo de Suecia, fundado en 1883, donde las montañas rusas lo son de verdad y da mucho más miedo el frío que el vértigo.
Pasamos al lado del museo ABBA, sólo apto para fanáticos del pantalón de campana y las lentejuelas.
Y llegamos a la parada del ferry.
Es común en el transporte público encontrar bus y metro.
Sí, vale, algunas ciudades han recuperado los tranvías. Pero hay una élite de ciudades que tiene barcos: Estocolmo es una de ellas. Por supuesto Venecia con sus vaporettos es la reina.
Hablando de Venecia, a Estocolmo la llaman la Venecia del Norte (en dura competencia con otras venecias del norte como Amsterdam (sile), San Petersburgo (nole), Copenague (nole) y Brujas (sile). Pero si Venecia tiene calles de agua, Estocolmo tiene autopistas.
El ferry cuesta lo mismo que el metro. Nos subimos a uno y vamos en cubierta aunque hace un frío que pela.
Lo de que cada isla sea un barrio hace que todo parezca más ordenado y pone las cosas más fáciles al turista.
Nos bajamos en Gamla Stan, el casco viejo.
Los 7 minutos de travesía, sigue nevando, han conseguido que tengamos muchas ganas de echarnos al coleto algo calentito. Y Birgit nos lleva a la cafetería más antigua de Estocolmo, qué suerte que esté aquí al lado. La especialidad es el chocolate a la taza y el Semla.
Lo siento mucho, reposteros del mundo, pero vuestro oficio está muy limitado todo sale de la combinación de 4 elementos básicos: azúcar, nata, chocolate y bollo. Todo lo que se ve en los escaparates está hecho de estos cuatro palos. Por eso es tan común que los postres se repitan de un país a otro cambiándoles el nombre. El Semla es una bamba de nata y si tengo que morir por defenderlo estoy dispuesto. Pero no he venido yo a la respostería más antigua de Estocolmo, Sundbergs Konditori 1785, a tocar las narices. Además, el chocolate está muy rico.
—¿Qué clase de turistas seríamos si nos acomodásemos en esos sillones, con su barra libre de vasos de agua y sus radiadores emitiendo calor en un día perro como este? Un turista de raza tiene que seguir. —este alegato lo hace David. No nos queda más remedio que tragar.
Recorremos el Gamla Stan. Parlamento, catedral, la calle más estrecha de Estocolmo, esas cosas… Y muchas tiendas de souvenirs.
Cae nieve como si no hubiera un mañana cuando llegamos a la plaza Stortorget, la plaza más antigua de la ciudad. Lo siento por los estocolminos pero es una plaza de pueblo. En cuanto al tamaño, quiero decir. Los edificios, aunque muy suecos, tampoco son un despilfarro de oropel, siempre que exceptuemos la Academia Sueca y el museo de los premios Nobel.
En el centro de la plaza un pozo y una bala de cañón que conmemora que al rey Christian, durante los fastos de su coronación, se le fue la pinza y pensó que era una buena idea bañar la plaza con la sangre de sus adversarios políticos. Y mandó cortar la cabeza a unos 80 de ellos. Primero los invita a la fiesta y luego los decapita. A ver, Christian ¿no habría resultado más barato decapitarlos antes? Y desde el lado de los infelices, cuánto sufrimiento, con lo que mancha una decapitación —Joder, si llego a saber que esto acaba así, no me pongo mis mejores galas, me vengo en chandal.
La barbarie del Stockholm Blodbad y la razón de Nobel comparten la plaza. El rey tirano y el señor que después de inventar la dinamita se arrepintió son una bonita metáfora del destino del hombre. Nadie puede resistirse a una foto aquí.
Les pido a mis compañeros que esperen que tengo que entrar a la academia un momentín.
—Buenas, yo venía a hacer una consulta. He observado que los premios Nobel son solo 6: Literatura, Medicina, Física, Química, Economía y Paz. ¿Quién decidió que fueran estos y no otros? Yo qué sé, matemáticas, arquitectura, biología… ¿Es por falta de presupuesto? Bueno, que si por un casual les van mejor las cosas en el futuro y deciden ampliar, quiero proponer el Nobel de Tortilla de Patata. Verá, me sale muy rica, y nada me haría más ilusión que optar, quién sabe, lo mismo ganar, a un galardón internacional de la talla del Nobel. Muchas gracias —le digo a una amable señorita que me atiende con mucha educación.
—Ah, y que en lo de la Paz, no dejen de insistir, mucho ánimo.
Birgit nos muestra la Catedral en la que será ordenada diácona por la obispa lesbiana dentro de unos meses. Querido Nobel, allá donde estés, algunas cosas sí están cambiando a mejor.
Las vistas más espectaculares de Estocolmo son las del ascensor Katarina. Llegamos al atardecer y no podemos evitar soltar alguna lágrima ¿emoción? Sí, pero los 3 grados bajo cero, también tienen la culpa.
Luego paseamos por las calles de Sodermalm donde vivía Lisbeth Salander, la protagonista de la saga Millenium de Stieg Larsson, sí, esa, la chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, la del palacio de las corrientes de aire… También nació aquí Greta Garbo. No hemos visto a ninguna de las dos. Y están en este barrio los estudios que crearon el juego Minecraft. Las cuestas de esta parte de Sodermalm siguen nevadas y es una risa ver a los estocolmienses intentar subir pedaleando. Los menos optimistas se bajan y van andando. Entre los más decididos observamos un par de guarrazos curiosos. Y yo me pregunto: ¿en moto? ¿De verdad Lisbeth Salander? ¿En moto con estas nevadas?
Hemos perdido a David en la calle. De esto que vas andando a lo tuyo y de repente uno de los compañeros desaparece. Los cuatro nos juntamos para ver qué hacemos. Desandamos el camino y muy ronto es Gisela la primera que lo ve. Está ahí en la acera, mirando un escaparate. Pero si a David no le gustan las tiendas. —Ya, pero ha encontrado su tentación —dice Gisela.
Igual que un niño delante de una tienda de golosinas David se relame mirando un bar de cervezas artesanales. Bueno. Vale. Entramos y le acompañamos. David tolera de mala gana las fotos excepto si son con una birra, ahí se pone guapo, sonríe, lo que le pidas…
Saliendo de Omnipollos Hatt nuestros pies mojados reclaman un descanso y volvemos a Danderyd cogiendo el metro en Gotgatan.
—Este es el electrodoméstico sin el que los suecos no podríamos vivir —dice Birgit, presentándonos una especie de nevera con perchas para colgar todo lo que se quiera secar. Llenamos el artefacto con nuestros calcetines, botas, abrigos y gorros. Cuando se cierra se pone en circulación aire caliente. Ahora entiendo muchas cosas.
Gunnar saca una botella de vino y unos canapés de ensaladilla. Cuidado con decir aquí lo de “rusa”, la invasión de Ucrania les tiene muy sensibles. Y comida la skagenröra, salimos a cenar.
Coche.
Hamburguesas de moda a medida.
Coche.
La actitud lo es todo.