En el cuarto de baño hay un alicatado blanco. Baldosines muy pequeños, como los de piscina. Más o menos. La mayoría son blancos, pero hay algunos, salteados, de varios colores. Uno de mis entretenimientos es reconocer el patrón, la secuencia que forman los pocos de colores dentro de los muchos blancos.
La otra mañana C. se despertó antes que yo. Cogió su Nintendo y se vino a mi cama. Se arrimó aprovechando el calor que todavía desprendía mi sueño. Y me desperté con la música de su vida fulgurante al lado, y la cadencia ratonera de la maquinita. No abrí los ojos, ni me incorporé ¿para qué? Para qué iba a levantarme si en ese instante, con los ojos cerrados, lo tenía todo.
Ahora es de noche. Me tomo un Almax. Justo en este instante. No estoy mal, pero hay algo que no he digerido bien. Me refiero a algo de lo que he comido hoy. O quizá es un trozo de la vida, un minuto concreto. uno que picaba mucho, o que tenía mucha grasa, o estaba condimentado con poco cariño.
No está bien escribir cartas de amor y no mandarlas.
No está bien guardarse besos.
O dejarse canciones en libretas olvidadas.
No está bien tacañear piropos, cariños o versos.
Que te puede caer un guantazo… ah, se siente.
Tengo –de mi madre– un cajón con bobinas de hilo de distintos colores. No sé por qué precisamente eso. Mientras me quedo dormido sobre el teclado y la cabeza se me llena de imágenes inconexas —algunas de ellas muy interesantes– el meñique aplasta la letra a del teclado. Abro los ojos y hay demasiadas aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaes.
Las borro.
¿Dónde estás?
¿Dónde te has metido?
Me lo pregunto antes de dormirme.
Publicado en a2manos el 11,12,2007