Yo soy rockero cascabelero. No tanto en lo musical.
En lo musical, tú lo sabes: me va más el swing, la chanson, el bolero.
Soy rockero en lo vital.
De natural me cuestiono las normas, me opongo, me rebelo, desobedezco; me sale así, y eso es muy rockero, casi punk.
Pero de un tiempo a esta parte, y no me preguntes hace cuánto, se me amontonan los días en que me pregunto si no debería haber hecho más caso a las señales. Haberme quedado en mi carril. Todo habría sido más fácil ¿Más aburrido? Quizá.
No soy rebelde por decisión propia. Eso de la «decisión propia» o el «libre albedrío» está muy sobrevalorado, un invento para vendernos más cosas, para hacer que nos sintamos culpables y para darnos, después, collejas.
Soy rebelde por una mutación, un desequilibrio de los electrolitos, una conexión extraña de mis neuronas, vamos, que soy rebelde porque el mundo me ha hecho asiiiiiiiiiiií, como Jeanette.
Nadar a contracorriente cansa mogollón. Y los años van cayendo uno tras otro cual losas. Los riñones no responden como antes, se me cargan las espaldas, y las señales de no-pasar, antipáticas y disonantes, cada vez me lo parecen menos.
Alguien tiene que hacer el papel de china en el zapato y, entre otros, me ha tocado a mí. Me podía haber tocado cazador, recolector, chamán o poeta. Pues no: me ha tocado china en el zapato. Y no voy a cambiar el mundo pero a quien lleva el pie dentro le saldrá una ampolla.
Cada día más vieja, cada día menos china, siempre confinado a ese zapato.