Hay una nube de polvo del Sahara tiñendo de naranja nuestros cielos. Nuestros cielos no son nuestros, eso que quede claro, simplemente están encima de nuestras cabezas.
Y cuando digo nosotros me refiero a todos los españoles y parte de los europeos. A los del norte de Africa ni se les menciona porque para ellos la cosa de la calima no es nada excepcional.
La verdad es que la visión del cielo naranja a medio día sugiere un eclipse demasiado largo, y sugiere también un poco de Mad Max.
Vale, es espectacular, pero inofensivo. Como fenómeno meteorológico sólo conmoverá a los dueños de túneles de lavado, nada más.
En cambio veo como estiran la noticia en los telediarios entrevistando a expertos. Médicos que dicen que existe la posibilidad de que a algunos les pique la garganta. Y la estiran. Policías que recuerdan que si la visibilidad no es buena en algunos tramos podría llegar a ser necesario encender las luces de cruce durante el día. Y la estiran. Una señora está indignada porque ha tenido que repetir la colada después de tender en el exterior unas mudas blancas.
Las bombas siguen cayendo sobre Ucrania. Ese cielo también está rojo y es de sangre. Y no se va a limpiar en muchos años. Como van ya tres semanas la cobertura informativa se va cansando, al periodista no le gusta repetir, él es de novedad, no tanto de relevancia. Ya vamos por 3 millones de refugiados y los bombardeos deben andar también por los 3 millones.
Además sucede que el espectador tiene un tope de tolerancia al horror y cuando el horror se sostiene en el tiempo miramos a otro lado para sobrevivir, para no cortarnos las venas. Miramos a la calima para no mirar la guerra.