Cosas que le pasan a este farandulero cuando NO está en el escenario

Hola, tengo 11 años y me gusta el colegio. Perdón.

escuela

Lo primero que tiene que quedar claro es que a mí, oficialmente, no me gusta el colegio.

Cada mañana le pido a mi madre que me permita no ir.

Ella, como es de esperar, se niega.

Superada este breve y necesario trámite, me visto y desayuno, tan ricamente. Porque a mí me gusta ir al colegio. Ya, ya sé que está feo decirlo.

Todas las tardes despotrico por la cantidad de ejercicios. Y, para no marginarme, he tenido que apoyar con gestos y declaraciones la huelga esa de los deberes aunque a mí no me cuesta más de 10 minutos acabarlos. Me gusta aprender cosas sobre las plantas, los números, la historia… porque como niño tengo la mala costumbre de preguntarme por qué. Mis maestros satisfacen muchas de mis curiosidades y me invitan a descubrir caminos nuevos. Estoy casi seguro de que los maestros nos dedican por término medio una cantidad muy superior de cariño y atención de la que recibiremos el resto de nuestra vida de los diferentes agentes que se nos crucen (jefes, vecinos, dependientes o compañeros de trabajo (por no mencionar a los cuerpos de seguridad del Estado, la agencia Tributaria o la DGT. Tengo entendido que es mejor pasar desapercibidos para ellos porque pueden darte de todo menos cariño).

Me gustan mis maestros aunque me dejaría torturar antes de admitirlo delante de mis compañeros o de mi madre, es fácil entender las razones.

Mi madre es una buena persona que se preocupa muchísimo por mí. Le gustaría que mi vida fuese un camino de rosas, que fuera el niño más guapo, más popular, más querido, más sano, más alto, más feliz, más… yo en mi fuero interno sé que eso matemáticamente es muy improbable pero sobre todo sería terriblemente injusto condenar a mis compañeros a ser segundones en todo eso después de mí. No tanto por ellos, que se la refanfinfla, sino por sus madres las pobres, que se sentirían muy frustradas de tener hijos segundones.

El colegio incluye dosis moderadas de frustración que son necesarias para el normal desarrollo de nuestra vida de niños, esta es una de las mayores ventajas del cole. Pondré un  ejemplo: Juan Alberto, que es hijo único, ha tenido muy pocas frustraciones en su vida, tiene iPhone desde los ocho años, va a ver a su equipo al estadio cada dos por tres, los Reyes Magos le llevan los regalos que a los demás nos escatiman… sus padres tienen un nivel socioeconómico y cultural elevado y le colman de atenciones, cuidados, caprichos… el caso es que el pobre Juan Alberto llegó al colegio con unos niveles de resistencia a la frustración preocupantemente bajos. Menos mal que en el recreo le estamos poniendo remedio a esta carencia. En primer lugar no le hacemos ni pu*o caso. Pasa bastante rato solo y esto le ayuda a centrarse en ir construyendo una vida interior (la vida de Juan Alberto es casi toda exterior) El momento del recreo, así configurado, proporciona a Juan Alberto el tiempo y el espacio del que carece en su casa debido a la omnipresencia de unos progenitores empeñados en la misión de ofrecerle todas las posibilidades que ellos no tuvieron. Y cuando reclama nuestra atención más de lo prudente le cae un «pijo de mierda» o algún correctivo parecido. Juan Alberto está evolucionando de forma muy satisfactoria, poco a poco está desarrollando habilidades sociales para congraciarse con nosotros sus compañeros, pedir cosas, ganarse la simpatía y el cariño, hacerse merecedor de… todo le había venido regalado y eso le convertía en un discapacitado social y emocional, menos mal que le estamos ayudando. Sus padres nos lo acabarán agradeciendo. Los maestros en cambio, y esto no me parece bien, tratan a Juan Alberto igual que a los demás niños. Si los Reyes Magos nos discriminan a los demás, podían los maestros, para compensar, discriminar un poquito a este pijo de las narices ¿no? No hay justicia universal en las aulas… por eso tenemos que compensarla en los recreos. Algún cretino lo llamará bullying, pero el bullying, y hablo con conocimiento de causa, es otra cosa.

No puedo admitirlo porque a ella se le rompería el corazón, pero tengo que decir que si bien las 8 horas de colegio me parecen muy llevaderas, las 4 ó 5 horas de madre suponen la dosis maternal máxima que mi cerebro puede soportar. De mi padre he calculado que me tocan una media de 3,75 horas al día: más que suficiente. Los psicólogos lo saben: el equilibrio emocional de los progenitores es la mejor garantía de un buen desarrollo de los niños, por eso, mamá: vete por ahí a cultivar tu equilibrio emocional y déjame a mí con mis amigos. En cambio mi madre, dedica muchísimo tiempo a profesionalizarse como madre, sobre todo a través de los suplementos semanales y de las revistas de mujer.madre.esposa.perfecta.com, y va a terminar volviéndonos locos a todos, pero sobre todo volviéndose loca ella. Me preocupa.

Mi madre, la pobre, enardecida por conversaciones con otras madres, las pobres, está empeñada en rediseñar el sistema educativo español. Cuando se enfervorecen están convencidas de haber encontrado, ellas solas, la fórmula magistral: mézclense 3 cucharadas de Finlandia, con 5 de Corea, medio vasito de Montessori, unas gotas de Institución Libre de Enseñanza y un chorrito de método Suzuki… y a correr. Pero mamá, si tú todo lo que sabes de pedagogía ¡¡lo has sacado de Facebook!! Yo no la quiero desilusionar, ni mucho menos cortar las alas, y le doy bola asintiendo desde el asiento de atrás del coche, pero sigo pensando que focalizar toda esa energía en otro punto sería más rentable.

Por otro lado estoy muy tranquilo, el tiempo juega a favor de la cordura y antes de que a mi madre y sus secuaces les dé tiempo a conquistar el Ministerio de Educación y promulgar una nueva Ley educativa yo ya estaré en la Universidad y ella habrá dejado de sofocarse con el AMPA y podrá empezar a sofocarse en el gimnasio. Siempre dice que con tanta extraescolar no tiene tiempo para ella y que le están saliendo cartucheras.

A lo que yo iba, que me mola el cole, me molan los compañeros y los maestros, no todos, claro. Es mi oportunidad de socializarme en el «libre mercado», al otro lado de los muros protectores, distorsionadores y generososos de mimos y cuidados de la familia.

Y digo esto porque acabo de ver en Google algo del día del maestro.

Iba buscando unos vídeos del Manequin Chalens.

A lo mejor no se escribe así.