Es la última mañana del año y por primera siento la necesidad de llamar a esos amigos que no veo a menudo, y comprobar que siguen vivos. Esto no me pasaba cuando tenía 20.
Esa debe ser la penúltima constatación de que me estoy haciendo viejo. Por un lado soy consciente de que al cumplir años la probabilidad de palmarla es mayor (recuerda que mis amigos se hacen viejos exactamente a la misma velocidad que yo). Por otro ese ponerse blandito con la edad me enternece, se retroalimenta la ternura, entro en una espiral de reblandecimiento peligrosa. Los viejos son tiernos, muscularmente tiernos y psicológicamente tiernos. Y aquel que con la edad no está más tierno es que se ha revirado, se le han hecho nudos por dentro, se le ha contracturado la mala leche.
Este año 2016 ha sido muy generoso en calcetines, lo pienso mientras pongo la última colada del año. Yo cuando pongo la última colada del año es como si estuviera botando un trasatlántico. así de emocionante, pero tengo la prudencia de no estrellar una botella de champán contra el casco de la lavadora, eso no. Poner la lavadora y comerme las uvas son dos rituales que practico el último día del año. Uno a primera hora, otro a última, uno en pijama, otro en corbata. Aunque alguna vez me he atragantado con las uvas eso nunca me ha pasado con las prendas que meto en el tambor.
En la última lavadora del año pongo esos días del 2016 un poco sucios: los malos ratos, las penas, los disgustos, los fracasos… echo dos vasitos de detergente, una dosis extra de suavizante, y selecciono el programa largo. Espero. Y mientras espero recapitulo los trapos limpios del año. En estos 12 meses he tenido un número bastante alto de amantes. Eso mola. Y todas ellas tenían el mismo color de pelo, la misma estatura, olían exactamente igual… ¡ya es casualidad! En 2016 no me he casado, no me he mudado, pero sí me he bañado en el mar y he leído al lado de la chimenea. Eso mola mucho.
Y luego tiendo todo. Estiro una camisa blanca, y aventuro unas pinceladas para el nuevo año. En 2017 voy a comerme el mundo, no todo, un trozo. Le pongo dos pinzas a una sábana bajera. Adelgazaré, no todo, un trozo. Sacudo una funda de almohada para que se estire. Voy a ahorrar y hacer un viaje, no demasiado largo. Sentir la humedad y el olor a limpio, ver la ropa colgada refulgir al Sol me pone de muy buen humor, me inspira. Empezar el año con todos los calzoncillos limpios y ordenados en el cajón me proporciona una íntima confianza en el futuro. Sé que son cosas mías.
Este 2017 que empieza mañana va a ser un año estupendo en el que seguiré mirando, escribiendo, cantando y queriendo.
Escribiéndote, mirándote, cantándote y queriéndote.
Comentarios
2 respuestas a «La última lavadora del año»
¡¡¡Qué chulo!!!
Feliz año Óscar y un gran abrazo.
¡POETAAAAAAAAAAA!
Pero qué buen sabor de boca dejas en estas últimas horas del 2016.
De mayor quiero hacer la colada como tú.
Un abrazo y muchas gracias