Cuando nos invitaron, Gunnar y Birgit ya nos avisaron de que tenían un viaje y que se ausentarían nuestro último día. Después de varios intentos había sido imposible encontrar otros días factibles para todos. Curar el cáncer está bien, pero yo pondría a la inteligencia artificial a ayudar a coordinar las agendas de la gente.
Nos han dejado solos en la casa, será por eso que esta mañana hemos remoloneado y estamos desayunando a las 9, una hora como más nuestra..
Tostadas con mantequilla y mermelada, café y té, en animada charla.
Ardillas y pájaros silvestres buscan comida histéricos en el jardín trasero. Ya no sé cómo decirles que NO hay gato.
Hay estilos en la forma de vestir y hay estilos en la forma de viajar. Cuando cuatro viajan juntos pueden ponerse la ropa que les dé la gana pero el estilo viajero necesita cierto consenso. Cuando viajas con alguien por primera vez siempre está la incertidumbre, será gente de ver iglesias, será de seguir guías, será de restaurantes de estrella Michelín, será de mochila o de Samsonite… Sin habernos parado a contrastarlo antes de salir ha resultado que compartimos con David y Gisela el gusto por no hacer planes, no tener visitas obligadas, improvisar. Esta armonía imprevista refuerza mi esperanza en la Humanidad, no está todo perdido.
Uno de los placeres genuinos de esta excursión estocolmitana es ese pequeño paseo diario que va desde la casa hasta la estación de metro de Mörby Centrum. Algo para recordar.
Si les cuento cuando vuelva a Peralillos a mis amigos de allí que lo mejor del viaje a Estocolmo ha sido pasear pisando la nieve desde el calor de la casa hasta el calor del metro, atravesando un trozo minúsculo de bosque y haciendo la broma infantil de golpear la rama para que le caiga al otro la nieve en el cuello del anorak, pensarán que soy tonto. Y probablemente tengan razón. En ese sentido me alegra mucho haber venido con otros 3 tontos como yo, así no hay discusiones. De Susana ya lo sabía, sintonizamos en muchas cosas de la vida y en la manera tontorrona de afrontar los viajes sintonizamos aún más. Pero de Gisela y David, no sabía qué estilo de viajar tenían. Ha sido una agradable sorpresa.
Nos bajamos en Ostermalmstorg.
Las estaciones de metro estocolmeñas, al menos las del centro, están decoradas por artistas, son obras de arte en si mismas. Y esta en concreto está dedicada a:
1. la paz mundial
2. los derechos de las mujeres y
3. el movimiento verde.
Para que luego digan que los de Bilbao son exagerados. ¿No pensó el artista que con esos 3 temas podría haber decorado 3 estaciones? ¿Le parecieron poco enjundiosos esos asuntos para tener que elegir tres, o demasiado grandes las paredes a decorar? La vida me propone, cual zancadillas, sucesivos misterios.
Sí, la estación de Ostermalmstorg está dedicada a la paz mundial pero también está construida como un refugio nuclear. Porque lo cortés no quita lo valiente. A los humanos nos gusta el arte pero no tanto como para pensar que protege de la radiación.
Caminamos en zig zag por la cuadrícula de calles, evitando el camino que hicimos ayer, para acabar en Strandvagen, la calle que recorrimos ayer de cabo a rabo. Aunque sólo sea la segunda vez que pisamos esta acera, da gusto reconocer algunas fachadas, casi como si fuera nuestra calle. Edificios residenciales muy postineros de principios del siglo XX en este lado. Este barrio se terminó de construir justo para la exposición universal de 1897. Y muelles con barcos turísticos atracados en la otra acera. Pero entonces reparamos en una señal inquietante.
Peligro de muerte por caída desde el tejado de avalancha de hielo.
Demonios, sales a comprar el pan y te rompe la crisma un desprendimiento. Pero no veo que los lugareños lleven casco.
Seguimos caminando pensando que es la típica señal de alarma desproporcionada. Unos metros delante de mí cae un cataplum de nieve a escasos centímetros de una señora- No ha hecho un aspaviento, qué templanza tiene la jodía.
Yo no tengo tanta. Me han subido las pulsaciones como después de 30 flexiones. Yo nunca he hecho 30 flexiones pero con 20 ya se me pone el corazón como loco.
—Si vamos a morir, que sea en la calle más emblemática de Estocolmo —dice una estructura de mi mente donde guardo el heroísmo y que ni siquiera sabía que existía.
—No, mira, mejor cruza la acera, que lo máximo que te puede pasar es un resbalón —este sí que me suena, es el cobarde. Gracias.
Y llegamos así, con este runrún, otra vez, a la isla de los museos. Están aquí el Museo Vasa, que vimos ayer, el de ABBA, que evitamos; el de los vikingos, el del Báltico de ciencias del Mar. Skansen, el museo al aire libre más antiguo de Europa; el museo de Astrid Lindgren (la autora de Pipí Calzaslargas)… Hoy nuestro objetivo es el Nordiska Museet, el museo de las cositas escandinavas.
Lo de tener todos los museos juntos en una isla me parece una idea genial. Porque hay un montón de turistas locos por los museos y así los tienes todos a mano. Además, si en el futuro se pone de moda visitar ferreterías, los conviertes todos en ferreterías, lo llamas la isla de las ferreterías y santas pascuas.
David y yo nos quedamos ayer muy impactadnos por la historia del Vasa ¿cómo resistió este país tamaña frustración? Yo me habría hecho noruego o danés o algo antes de ir por ahí de sueco. Y hoy venimos al Nordiska buscando una respuesta. ¿Cómo recuperó este país las ganas de vivir y luego el orgullo? ¿Cómo acabaron siendo guapos, altos, listos, rubios, ricos y, para más recochineo, solidarios?
También esperamos encontrar pistas de otros rasgos de este pueblo. Hasta que llegué aquí hace dos días sólo conocía dos revoluciones que habían llegado de Suecia a mi país. La de IKEA de los 90, y la del topless en la playa de los 70. Ambas me parecían avances positivos para la Humanidad. Pero no me planteaba por qué venían precisamente de este país, ¿Guardará alguna relación el montar tu propio mueble con enseñar las domingas? Quizá en el Nordiska Museet encuentre la respuesta.
El Nordiska Museet resulta ser un museo etnográfico que recoge objetos de la vida cotidiana desde la Edad Media. Y están ordenados según la taxonomía de un centro comercial: ropa, juguetes, menaje de cocina, decoración. Y dentro de cada grupo, por fecha, de más antiguo a más moderno. Y también por clase social: objetos de pobres, de ricos y de mediopensionistas. Hazelius, el fundador, tenía claro que ese matiz, el del parné, marcaba diferencias tan severas como los siglos en los usos y costumbres de la gente.
Detrás de cada museo privado suele haber un individuo con TOC que ha conseguido orientar su trastorno mental hacia un objetivo productivo. Cuando ves lo extenso y minucioso de estas colecciones, y te enteras de que Artur Immanuel Hazelius en persona recolectó la mayoría de los objetos… sientes lástima por su esposa y sus hijos que tuvieron que aguantar esa desgracia de padre.
—¡¡Vete al bar, Hazelius, por lo que más quieras!! que vamos a tener que irnos de casa para que metas todas estas mierdas —le decía su esposa.
Y mira, ahora tiene un pedazo de museo y nosotros nos alegramos.
En la planta baja del Nordiska Museet hay una exposición temporal sobre el ártico titulada algo así como “Nos lo estamos cargando”. Los datos son terroríficos y la forma de explicarlos muy sencilla y clara. Pero el montaje de la exposición es tan elegante que el mensaje resulta contradictorio. En lo cognitivo suena “vamos a morir”, en lo visceral “qué preciosidad”. Si el calentamiento global va a traer extinción, guerras, hambrunas y epidemias quizá habría resultado más pedagógico poner unos cadáveres de oso polar en descomposición para ilustrarlo. Con unos guías con porras que te empujan en un recorrido tenebroso, salir de ahí con la tripas revueltas y algún moretón, pero concienciado. Y no esto. Pero como visitante prefiero el brilli brilli a lo pedagógico, ya me conciencio yo en casa. No reniego de esta instalación de diseño, otra vez queda probado que los turistas no queremos ver miserias.
La parte sociológica de este museo es muy interesante.
Así como la población alemana de los años 30 estaba mayoritariamente de acuerdo en que era buena idea hacerle la guerra al mundo y exterminar unos cuantos millones de vecinos, siguiendo a pie juntillas los delirios de un fanático, la población sueca de los 40 estaba mayoritariamente de acuerdo en que era una buena idea extender el bienestar social a toda la población. Dar casa, educación y salud gratis a todos los ciudadanos y crear una sociedad igualitaria les parecía una idea morrocotuda. Suecia llevaba la camiseta de Rousseau, “el hombre es bueno por naturaleza”, Alemania la de Hobbes “el hombre es un lobo para el hombre” y el partido iba empate a 1.
El precio a pagar por alcanzar esa sociedad igualitaria era que la individualidad y el destacar no estaban bien vistos. Hasta se inventaron una palabra: jantelagen, que significa más o menos, está feo creerse mejor que los demás. Chúpate esa.
El símbolo de esta etapa de la historia sueca está en la planta baja del museo Nordiska. Es la reproducción a tamaño real de un apartamento de los que se construyeron por miles en esa época, todos cortados por el mismo patrón, con su suelo de linóleo, sus muebles de formica, su bici a la puerta, sus sofás, sus pretéritos electrodomésticos, idénticos a los de tus vecinos. Modesto pero funcional, muy digno, muy homogéneo. En esos apartamentos nacieron las suecas que después dejarían con la boca abierta a españoles y españolas en Benidorm quitándose el sostén. ¿Por qué? Porque habían estudiado, habían dejado de lado las supercherías de la religión y gozaban de salud —y lozanía, añado yo— Salud, derechos y libertades. Igualdad. No he pasado de la planta baja y ya he resuelto el misterio de lo de quitarse el sostén en la playa, subiré a la tercera planta a ver si aclaro lo de IKEA.
David es de los míos: se podría leer todos los cartelitos del museo y estar aquí horas. Pero recorridas unas cuantas salas “mesas listas para comer de nuestra historia”, “nuestras fiestas populares” “Cómo nos vestimos: de los zuecos a la parca” nos damos cuenta de que estamos despreciando las escasas horas de luz que en frebrero ofrece esta ciudad. Gisela y Susana, que han sido más salvajes y han optado por pasear, nos sacan del ensimismamiento con una llamada de teléfono.
—Pero tío ¿nos vamos a ir ahora? me han dicho que hay una sala entera dedicada al diseño de una silla —dice David.
Me temo que el enigma de IKEA quedará sin resolver.
Pero si que aprendemos cosas. Por ejemplo.
Holmen, isla.
Gata, calle.
Huset, casa.
Gamla, viejo.
Bron, puente.
Konung, rey.
Hablando de rey, andando, andando hemos llegado hasta el Palacio Real, pero no entramos porque es la hora de almorzar y preferimos un sitio más recogido. Además, en los muelles de enfrente no hay ningún buque real, será que los soberanos han salido.
En una de las esquinas del palacio hay una fuente con una placa dedicada al rey Oscar II. Suecia, único pais del mundo con reyes que se llaman Oscar en su historia ¡un nombre bonito, moderno, pretaporter de escritor irlandés homosexual, de pianista de jazz, de premio de la academia de cine, de salchicha…! ya me caen bien. Tanto Felipe, tanto Carlos, tanto Fernando… vamos anda.
La primera ley del TPL (Turista con Presupuesto Limitado) dice que no hay restaurante barato en un radio de 400m de un palacio real. ¿Será Stockholm Gästabud, en la calle Osterlånggatan la excepción a la regla? Los camareros son unos suecos gays que no cumplirán ya los 60, simpáticos y dicharacheros. La comida está rica. Y resulta muy entretenida. El Gästabud se anuncia como “comida tradicional sueca” y lo cumple: pedimos salchichas, albóndigas y salmón. Todo muy local. ¿Barato? No, pero razonable.
Después de comer el español fino siente frío, dice el refrán.
Y en Estocolmo más.
Por eso cuando salimos de Gästabud nos atraviesan los 2 grados de viruji como un cuchillo, será que en el fondo tenemos algo de pedigrí.
Pero los termómetros no están de acuerdo con nuestra sensación térmica, ayer hacía -2ºC. La alfombra de algodón blanco se está convirtiendo en potaje marrón. Por eso puso Anders Celsius, otro sueco ilustre, cuando inventó su escala de temperaturas, el límite en el cero, era un observador con alma de poeta y notó ese abismo que separa la cándida nieve del pútrido charco.
Mientras caminamos por Gamla Stan, el grupo sufre una escisión dramática por desajuste del ritmo de marcha. Ocurre en la calle Västerlånggatan cuando dos quieren ver escaparates de souvenirs súper bonitos y dos tienen una urgencia mingitoria. No es políticamente correcto que yo diga aquí que las chicas no eran las que se estaban haciendo pis.
Llegamos a T-Central, Terminal Central, donde se juntan metros, trenes y autobuses en una verdadera bacanal de transporte público. Pero nuestro destino es la cafetería Vete-Katten donde, después de aliviar nuestras vejigas y quitarnos abrigos, gorros y bufandas nos entregamos, nosotros también a una bacanal, esta de azúcar.
Nos ha traído hasta aquí David, que ayer se quedó con la espinita de que el Semla estaba un poco seco. Quería darle una segunda oportunidad a la joya de la bollería sueca y parece que este es el sitio apropiado. Los 3 estamos expectantes ante su veredicto ¿ambrosía o suizo securrio? Y después de un par de bocados levanta el pulgar como lo haría Nerón para salvar al cristiano (o dejar sin cenar al león, según se mire).
El Vete-Katten es un local inmenso. Se ve que una parte era el local original, más coqueto y decorado vintage, y otra, la ampliación del negocio, moderna y funcional. Las colas son nutridas y todas las mesas están ocupadas, encontramos la nuestra de milagro. De las paredes cuelgan los diplomas del señor que dirige el amasado como si fuera un abogado del bollo, o un otorrino muy reconocido. En la mesa más cercana al ventanal hay dos mujeres jóvenes con la cabeza cubierta con un hijab. Le dan al chocolate caliente y a la cháchara con entusiasmo. ¿Permitirá el Corán que las prendas tradicionales tengan versión de lana o forro polar o habrá que suplementarlo? ¿Poner bufanda y gorro encima del hijab es sacrílego o sólo redundante? Con estas dudas salimos a la calle Kungsgatan. Luego, cuando le comento a Sigrid por wasap que hemos estado en una pastelería muy chula que se llama Vete-Katten me dice ¿en cual de las 8? Ay, qué ingenuos somos los turistas.
Hace rato que es noche cerrada.
Estamos en las últimas horas del viaje.
Hemos cumplido nuestros objetivos, lo cual era muy fácil porque traíamos pocos.
Sólo nos queda entregamos a un gozoso e inconsciente brujulear por las calles de Normalm, el barrio de las tiendas modernas. Está muy concurrido a estas horas, lleno de suecos y turistas. Tiendas de ropa perfectamente globalizadas y tiendas de diseño específicamente sueco. Cosas de casa muy cuquis, que reflejan la preocupación de esta cultura por que el hogar sea un refugio confortable. Este es un comportamiento comprensible dado el clima de mierda que tienen. En nuestra cultura mediterránea la casa se usa menos porque tenemos el bar, y el trayecto entre estas dos paradas, casa y bar, no suele presentar riesgo de congelación o resbalón mortal, mucho menos que te caiga en la cabeza un trozo de hielo. Tú le dicen a un español “hielo” y la primera asociación que le aparece es cubata, no UCI. Y una de las grandes ventajas del bar es que no hay que decorarlo, ya se encarga el dueño.
La decoración de un bar español debe incluir una bufanda de equipo de fútbol, un jamón que chorree y un din A4 anunciando la procesión de la Virgen pegado por las esquinas con celo. Se ha ido perdiendo la costumbre de colgar cabezas de toros disecadas u otras taxidermias. Como el lector habrá notado ni bufanda, ni jamón ni, cartelucho de fotocopia están en el catálogo de IKEA, Spain is different.
En Suecia las dos actividades preferidas de los jubilados del mundo, a saber: paseito y mirar obras, son deporte de riesgo. Si se hacen en invierno. Pero como gran parte del año es invierno es largo el intervalo de tiempo en el que mirar obras te expone a la congelación, y el paseíto a resbalar. Suecia, paraíso de los cirujanos de cadera, nunca les faltará trabajo.
Hemos viajado a Suecia en un momento en el que el cambio de moneda es favorable, por 1€ nos dan 11,2 SEK (coronas suecas). Pero a pesar de ello, los supermercados te dejan claro que este pais juega en otra liga en lo tocante a los precios. La fruta y la carne son productos de lujo, sí, pero lo gordo es lo del alcohol: los impuestos con los que cargan las bebidas espiritosas son tan altos que el gobierno se ha asegurado de que un alcohólico que llegue a la cirrosis se ha pagado en cómodos plazos el equivalente a tres trasplantes de hígado.
Se nos ha olvidado que aquí la gente cena a la hora de merendar así que, cuando nos damos cuenta sólo nos quedan dos alternativas: restaurantes abarrotados o restaurantes prohibitivos. Optamos por lo segundo, y ya que vienen curvas que sea en un lugar conocido: el pijomercado Saluhall de Ostermalm. Agua mineral y aceitunas y gin tonic para Susana. Como cena, no sé, quizá escasa. El gin tonic es para Susana intrínseco al viajar. Unas vacaciones no han comenzado para ella hasta que no se toma el primero. Y esto es también aplicable a cualquiera de los días del viaje, no cuentan si no incluyen un gin tonic. La forma de firmar el final de un viaje es también un gin tonic. Como el último día del viaje es hoy, pero mañana cogeremos el avión de vuelta, tendrá que tomarse dos.
Estamos depositando el último hueso de aceituna en el plato cuando un señor uniformado muy amable nos indica la dirección de la puerta, faltan 2 minutos para las 8. Esto es puntualidad.
Enfrente de Saluhall entramos en el metro. En el trayecto de vuelta decidimos que ni siquiera en un país del África Subsahariana dependiente de la ayuda internacional de alimentos un plato de aceitunas se podría considerar cena.
Entramos al súper que hay en Mörby Centrum con la consigna “cosas que no sepamos lo que son” y volvemos a casa con una bolsa llena de latas sorpresa suecas y una botella de vino español, que sea lo que Dios quiera.
El trocito de bosque sigue nevado.
El trocito de bosque sigue encantado.
Pasearlo con las bolsas de la compra, en silencio porque ya nos lo hemos contado todo, escuchando sólo el crujir de la nieve bajo los pies. Algo para recordar.