Aquí estoy, ya me véis, a puntito de cumplir los 53.
Peleando con mi peso, no consigo bajar de los noventa y tantos por mucho que haga. Tengo un metabolismo que me salvaría en caso de desastre nuclear pero me condena en el resto de los escenarios.
Viviendo en un sitio pródigo en dos bienes necesarios: los árboles y el jamón, y cuyo único defecto es que pilla muy lejos del metro.
Teniendo a la mujer más maravillosa del mundo, la única, la inefable, la indiscutible, a mi lado ¡¡pero si hasta hay días que creo que me quiere!!
Mirando con el rabillo del ojo a mi hija, esa brújula que el Universo me regaló para cuando me da la vena de viajar por agujeros negros.
Regañando cada vez menos a mis hijos postizos porque ya no les hace falta.
Viví mi primer capítulo en Lepe, 4 años, no queda constancia ni recuerdos porque no sabía escribir, pero algo de lepero debo tener, quizá la cosa de los chistes.
Luego 24 años en Villalba, un pueblo feo como él solo pero muy bien comunicado. Allí ejercí primero de niño inquieto con gafas, luego de buen estudiante con gafas y más tarde de joven promesa de algo incierto que, en un giro del guión, manda todo al carajo seducido por los cantos de sirena de la industria farandulera, con lentillas.
Luego 17 años en Madrid, en un ático muy cuqui de un barrio muy cuqui, disfrazándome de tipo enrollado para tratar con los actores y de tipo solvente para tratar con la parte contratante de la primera parte, correteando por el centro de Madrid esa esquizofrenia entre la camisa planchada y las sandalias. Y a final del mes, zas, pagar un ático muy cuqui y otros gastos corrientes que ahora se me antojan extraordinarios.
Hace casi 10 años que me vine a Aracena, al quinto pino. Sería mejor decir al quinto alcornoque, que es especie autóctona. Aquí mi primer empleo fue hortelano y consultor de hostelería, ambos a media jornada y ambos sin contrato. Descubrí que la permacultura es un timo, puro perogrullo, te lo juro, venden humo los jodíos. Y la consultoría aún más timo, intentan vender como si fuera humo la mismísima nada. Así que dejé de lado el sector agroalimentario y el del business administration y me agarré al piano, esa tabla que siempre me ha salvado. Y me puse a contar historias que ni yo alcanzaba a entender, historias disfrazadas de canciones de siempre. Sí, ya lo sé, todo es disfraz, nada es real, qué quieres, soy carne de teatro. Con una disciplina que ni sabía que tenía, con una puntualidad absurda, pim pam pim pam, hice más bolos que en mi vida, Cenando Canciones todos los sábados y más allá cogí peso, esta vez el peso es escénico.
Y aquí estoy, pensando que todo lo que me habían contado es mentira, que lo que yo me había contado era aún más falso. Vamos, que si no fuera porque me he comprado un cubo grande de palomitas y un vaso de litro de refresco os juro que me salía del cine ahora mismo y ponía una reclamación.
Pero voy a quedarme, la película no está muy bien dirigida, es un pu*o bodrio de esos de autor, los actores hablan otro idioma, los subtítulos están mal sincronizados… pero no puedo negar que me intriga ver cómo acaba.
Aquí estoy, ya me veis, a puntito de cumplir 53.