Cosas que le pasan a este farandulero cuando NO está en el escenario

El gimnasio: podría ser peor.

imagen: raulbernal.es

Voy al gimnasio.

Sí, ya lo sé. ¡¡No debería!! No debería contarlo. Estoy arruinando el poquito de mala reputación que me quedaba. Y la mala reputación es al artista como el sello de la DO al cochino ibérico: marchamo de calidad. Pero he de ser sincero y confieso: voy al gimnasio.

Asisto a varías disciplinas. Porque si repito me aburro. Voy cuatro días por semana. Pilates, spinning, body pump y GAP, como si ponerle nombres raros sirviera para que duela menos. Y vaya a la clase que vaya siempre encuentro cuerpos más tonificados y vigorosos que el mío. Cuerpos más tipo discóbolo de Mirón, no com el mío que sólo inspiraría a Botero.

¿Por qué lo haces? te preguntarás, quizás, querido lector.

No voy para flagelarme, ni llevo la oculta esperanza de poder contarme algún día los abdominales (ya me los cuento perfectamente y sale UNO) voy porque los alveolos pulmonares se me intoxican de oxígeno, el corazón late a ritmos más discotequeros, se me aceleran los metabolismos celulares y como resultado salgo mejor persona.

¿Merece la pena el sufrimiento? quizá, te estés planeando, ahí en tu poltrona.

A mí me compensa, libero toxinas, estreso a los adipocitos, me ausento del hogar familiar, los que me rodean lo aprecian… el mundo es un lugar homopáticamente mejor cuando regreso del gimnasio. «Homeopáticamente» como ya sabéis significa «cero patatero» pero que si te da la gana le atribuyes cualidades.

Hay deportes de perro, los que consisten en ir detrás de una pelota, y deportes hamster, los que consisten en dar vueltas en una ruedecita o hacer movimientos repetitivos que no llevan a ninguna parte. Yo soy más de deportes de perro, qué se le va a hacer, así soy.

¿Entonces qué haces en la ruedecita del spinning? Te preguntarás, atento lector, quizás.

Pues la vida, que es muy arrastrada y a veces no te proporciona en tiempo, forma y cantidad los compañeros que te hacen falta para un partidito de voleibol , y te aboca al cambio, así que me encuentro yendo al gimnasio que, sobra decirlo, es deporte de hamster.

Son sesiones de grupo. La duración está planteada en una hora pero el sufrimiento intenso sólo dura 47 minutos. En esos 47 minutos estoy rodeado de mujeres (el gimnasio al que yo voy tiene la misma proporción de mujeres que de hombres tienen los consejos de administración del IBEX) muchas mujeres normales, una mujer excepcional que es la monitora y un espejo. Pues en esos 47 minutos no consigo detectar en mi cuerpo un sólo músculo del que sentirme orgulloso. Y mira que tengo músculos, yo pensaba que eran muchos menos pero recapitulando los sucesivos días de agujetas… resulta que tengo un número estratosférico de músculos.

La sesión siempre termina con la monitora diciendo «lo habéis hecho muy bien, equipo» y promoviendo un aplauso. Todos damos palmas con gran solaz, al principio pensé que era una manera de reforzar la autoestima, de premiar el esfuerzo, con ese pequeño gesto gregario laudatorio, pero últimamente creo que la razón es que este es el método más rápido de comprobar que ninguno se ha quedado tieso de un patatús, y no hay que salir corriendo a por el desfibrilador.

Después del aplauso empieza la parte más anhelada de la sesión: los estiramientos. Es un momento contradictorio en lo emocional, tumbado en la colchoneta por una lado te sientes mal porque los niveles glucémicos están a la baja, pero te sientes peor porque intuyes que mañana te van a doler hasta las pestañas. Suena una canción lenta, una balada, para relajarse… unos días Pablo Alborán echando de menos a su amor, otros días Adele echando de menos su paquete de donuts y otros Titanic.

¿Titanic, la de la película, la de Celine Dion? estarás barruntando, quizás, estimado amigo.

Yo la verdad, prefiero Titanic, porque me sube la moral. Estás ahí tirado en la colchoneta como si te acabara de pasar un tractor por encima, y la imagen final de la película de James Cameron te asalta nitidamente acompasada a los gorgoritos de la cantante, cientos de naúfragos en la noche del Ártico te recuerdan que aunque lo estés pasando mal en el gimnasio… podría ser mucho peor.