La otra noche me invitaron a cenar en un restaurante caro. Era un sitio muy agradable, bien decorado, cómodo y sin estridencias.
Los vasos estaban muy brillantes, las servilletas dobladas con exactitud nanométrica y los cubiertos alineados con tal perfección que no cabía duda de que el maitre padecía trastorno obsesivo compulsivo como yo. No tuve que recolocar nada ni pedir que me cambiaran la copa.
La camarera era joven, llevaba una blusa blanca, corta, que dejaba ver una franja de piel de 3,2 centímetros de ancho aproximadamente, al norte el ombligo y al sur la cinturilla del pantalón negro talle bajo. Se movía por la sala muy ufana, como si las exquisiteces de la carta colmaran los apetitos de los clientes con holgura y ninguno fuera a fijarse en sus chichas. O quizá quería provocar a los vegetarianos. No sé.
Pero no iba yo a contar los exhibicionismos recatados de la camarera sino otro suceso más sabroso: tres mesas más allá estaba sentada una mujer bellísima. Al principio no la reconocí, pero, justo al terminar el Foie de oca albina depresiva criada en semilibertad con olas de cebolla roja veteada con tinta de calamar al cava ¡Coño! —perdón, quise poner «recórcholis» —pero si es Fanny Ardant. ¡Qué lástima que no esté aquí mi amigo Gustavo. Es que Gustavo le pirra esta actriz francesa, ha hecho público en muchas ocasiones que bebe los vientos por esta diva del cine, que le haría nosequé y nosecuántos..
Disfruté de la cena, del lugar, de la raya de piel de la camarera, de la contemplación de Fanny Ardant, y me relamí pensando en la cara que pondría Gustavo cuando se lo contara. —¿A que no sabes a quien vi la otra noche?.
No soy mitómano, y a priori, la Ardant se me antojaba sosa, sólo la conocía del cine. pero mi opinión fue cambiando, no os podéis imaginar con qué delicadeza pinchaba algo del plato se lo llevaba a los labios y justo cuando mi corazón daba un vuelco pensando en que se iba a estrellar contra la boca cerrada y perfecta, esta se abría, ¡en el último instante! ¡Qué coordinación!
En 10 bocados dio cuenta Fanny Ardant de un Terriné de verduras acarameladas con virutas de jadeos de naranja y espuma de ajonjolí relleno a la esencia de ajete silvestre del Chantyllón… poco hecho. Los conté, 10, a cualquier otro madrileño vulgar le habría bastado con 5. Y después de masticar el último, se acercó el cuchillo a la boca y lo chupó. Sí, lo hizo, lo juro.
Ahí yo tuve una macedonia de sentimientos enfrentados porque, por un lado el gesto me parecía burdo, de persona poco cultivada, pero por otro estaba lleno de sensualidad. Y, hay que reconocerlo, también de precisión, puesto que no se cortó la lengua o, si lo hizo, se tragó toda la sangre, que allí nadie se dio cuenta. La macedonia de sentimientos se me convirtió en potaje de dudas y un poco después evolucionó a revuelto de irritabilidad al no poder decantarme entre si la chupada de cuchillo de Fanny Ardant era una ordinariez y debía servir para que yo la destronara del Olimpo de mis insomios o en cambio era signo de sublime espontaneidad y merecedor de que yo destronara a todas las demás inquilinas (Michelle Pfeiffer, Glenn Close, Kathleen Turner son respectivamente presidenta, vocal y tesorera) dejándola a ella sola, y añadiera dos pisos a ese Olimpo y le instalara un jacuzzi.
Mis compañeros de mesa me notaron que estaba perdido en cavilaciones porque no probé el postre: Helado de leche de cabra asturiana bastante merengada con raspadura de limón salvaje sobre sopa fría de mango dominicano y crujiente de suspiros de chocolate a la pimienta -el crujiente de suspiros de chocolate era en realidad chococrispis macerados en el bolsillo de una niña de colegio de monjas, podría jurarlo.
Cuando terminamos, satisfecha la cuenta por uno que no era yo, dejé la servilleta y las elucubraciones encima de la mesa, al tuntún, sin colocarlas. Caminé hacia la salida pensando en tonterías nuevas. Pero no pude evitar, al pasar a su lado, afinar el oído por si se le escapaba un eructito. Uno minúsculo, infantil, divino…
Le habría jurado amor eterno con una rodilla en el suelo sin dudar, si eso hubiera ocurrido.
Por humana, por mortal.
Miirándole a la boca, deseando ser cuchillo.
¿Qué es a7manos? La imagen es de Orti
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Comentarios
14 respuestas a «Lenguas y cuchillos»
Gracias, P, le preguntaré a Hopkins el número de su psiquiatra. JMCM, mi amigo Antonio siempre me decía que me gustaban las raras. jajaja Que conste que la CLose tiene su público (entre los que me encuentro) En cambio, ya ves, Meryl Streep, con esa cara de llorar todos los días al menos 15 minutos… no me sugiere nada.
Para exactitud nanometrica al poner la mesa, Anthony Hopkins en «lo que queda del día»…..fue un placer leerte
Voy a utilizar una frase muy manida: Glenn Close no se ajusta al perfil que estamos buscando
Hay lenguas afiladas y lenguas culebras, ¿o eran piernas?
Bonita foto y bonita sonrisa.
Hay lenguas muy afiladas…
¿No podrías poner una foto mejor?
¡¡Pero si la foto es tuya!! Tú sabrás
Para los que no estuvimos allí, he de decir que es un claro síntoma de ordinariez. Ah, que es envidia!
Glenn Close?
Me encanta la foto y la dentadura perfecta de la modelo
Sí,Glenn Close, qué pasa ¿tienes algo que objetar?
A f se le ha comido la lengua el gato. O se la ha cortado accidentalmente chupando un cuchillo.
Y a estas horas F. sin decir esta boca es mía…
El protocolo se inventó para saltarselo!!!. Las reglas en la mesa van en función de las sensaciones que te produzca lo que vas degustando.
Freud tendría mucho que decir acerca del cuchillo.
Sueño con lenguas… con lenguas y cuchillos.
Espontaneidad, sin duda.
Cuando eres una de las grandes, puede chupar el cuchillo, y hacer lo que te de la gana.
Si además era sensual, ponle la jacuzzi,